Años después, logramos la semana pasada juntarnos hasta cinco ‘históricos’, con Barquín incluido. El cierre del Caracol, tras 18 años intensos, ha tenido una parte buena: don Alberto Barquín ha vuelto a ver la luz. Ya casi transparentaba. Su palidez, metido entre cuatro paredes de sol a sol, me hacía a veces confundirlo con la pared de bar. Ahora, pasea, trabaja a horas cristianas, lija su preciosa puerta giratoria e incluso queda para cenar con los amigos.
Y ahí, en esa cena, rematada con una cerveza en el Savoy, cómo no, nos contó a Roberto, a Angel, a Sandoval y a un servidor cómo va tomando forma el NOROESTE, su nuevo proyecto, que verá la luz en marzo en esa curiosa esquina de la calle Artillería, bajo el edificio azul. Se embarca en el proyecto con Chus ‘el del Zapatero’, una garantía para hacer las cosas bien y que suene la música como dios manda. Avanza que la cosa será tipo cervecería, con salchichonas incluidas (buena idea para los que salimos tarde de trabajar). Y lo más sorprendente para mí: CON CHIMENEA. Si la zona está un poco esquinada para el invierno, unos buenos maderos ardiendo pueden ser todo un reclamo. No me lo imagino. Igual tenemos la sensación de estar en Finlandia, o en Ohio. En esta tierra sidrera, tomar una cerveza y un perrito junto a una chimenea mientras diluvia en la calle puede ser una buena alternativa (aunque extraña).
Quienes llevamos 18 años viendo a Alberto tras la barra del Caracol sólo le pedimos una cosina más. Con perdón para Gusi (su compinche una larga temporada), ahora le planteamos que aproveche el giro del negocio para dar otro giro más personal: “Pon una tía, ¡¡¡joderrr!!!”. Y si son dos, mejor que mejor. Que ya estamos un poco hartos de tus transparencias.
Este primer post (o como se llame) va por ti, amigo. ¡Salud!