El jueves, a las siete de la tarde, abre Noroeste en un rincón privilegiado: un poco más arriba de la Cuesta del Cholo, en la esquina del edificio azul, desde donde se sube ya para el Cerro. Tras cerrar la etapa del Café Caracol, Barquín apuesta por una cervecería amplia, en dos alturas, donde todos reconoceremos alguna reliquia del pasado: la puerta giratoria, la lámpara, el gramófono y la máquina registradora del Caracol. La cervecería se diferencia de Marqués de Casa Valdés con un azulejo verdoso muy cañero, un local lleno de vidrieras que le dan mucha luz y un entorno guapo, pintoresco, con el mar Cantábrico azotando a apenas unos metros. Empieza con cerveza y con un pantallón de pánico para ver el fútbol; y seguirá en breve con servicio de cocina y terraza junto a la escultura de Vaquero Turcios, además de chimenea, que encenderá ya para la próxima invernada.
¿Cómo no compras un acordeón, Alberto? Te veo con una pipa y un acordeón recibiendo a la clientela, en un ambiente celta, un poco pirata, con algún gaitero también y cerveceros con falda y media hasta la rodilla pidiendo otra pinta.
Olvidaba lo más gordo: le pedíamos a Barquín un toque femenino en el bar tras veinte años sufriendo su rostro pálido. Y hoy, en mi visita relámpago a Cimadevilla, me enseñó satisfecho todos los currículums recibidos. Quise erigirme en jefe de personal, pero me paró los pies. Habrá miembros y miembras, me avanzó. El jueves veremos in situ su Noroeste. Aquí va un avance: