(Los árboles del mi prau y los del vecín 3)

 
Soy pura anarquía. Rompo normas. Tengo tantas formas como quiero. Allá donde me instalo, no hay moldes. Y para rizar el rizo, en este caso ramas, dentro de mi especie hay más de cien variedades. ¿Está ya claro que soy un manzano? ¿O tengo que decirlo más alto y más claro? Bueno, lo que se dice alto no soy. Ando entre los tres y los seis metros. Pero tiendo a explayarme alrededor de mi tronco. Así formo dibujos en el aire bastante curiosos. Puedo adquirir forma de globo, de ladrillo, de corazón, de punky, de viejo, de marciano, de paraguas e, incluso, sin que sirva de precedente, de árbol. El porqué es fácil de explicar. No controlo mis ramas. Crecen hacia arriba o hacia abajo o hacia los lados como se les antoja. La savia es un torrente de comida que corre sin control por mi resina. Así pasa lo que pasa. Y así también me crecen, sin control, varas rectas mirando al cielo, totalmente inservibles, como le salen pecas a los humanos. Porque yo doy manzanas. Y de esos chupones verticales rara vez sale una. Así que vamos llegando al meollo de la cuestión. Mi vida puede ser autista, solitaria, sin intervenciones ajenas, pero entonces mi aspecto puede asemejarse al de una mujer de 112 años que jamás se peinó ni se cortó el pelo ni por supuesto fue a la peluquería. Asilvestrado, tengo una vida plácida y no dejo de dar fruto, pero el caos que reina de puertas adentro es absoluto. Vamos que necesito cuidados. Agradezco una poda al año para quitar todo aquello que sobra: los chupones verticales, las ramas que se atraviesan, las que de tanto crecer se arrastran ya por el suelo… Como cortarse el pelo y las uñas, vaya. Todo con el fin de estar bien preparado para cuando vuelva a florecer, pues es bueno realizar estas higienes entrado el invierno, cuando me quedo más seco que la mojama, tras echar hojas y manzanas a rabiar.
 
De todo lo dicho deduciréis mi estrecha relación con los humanos. ¡Como si fueran tontos! Les doy manzanas cada año. Ellos las convierten en fruta, postres, licores, sidra dulce y sidra natural; y con la magalla sobrante, todavía abonan la pomarada. Algunos nos plantan en serie: el mismo tipo de manzano alineado en una gran pomarada para facilitar la recolecta a un llagar. Otros menos industriales se conforman con tener 20 o 30 ejemplares en una finca para hacer sidra casera. En estos casos, se recomienda variedad. Y así, aquí donde estoy yo, hay manzanas Carrió, Peru Mingán, De la Riega, Reineta, Coloradona, Verdialona, Ernestina, Prieta… Casi tantos tipos como árboles. Pero claro, en Asturias, tenemos nuestras normas. De esa anarquía nuestra derivó un pacto sindical para producir un año sí y un año no. O sea que trabajar trabajamos un año de cada dos, que ya está bien.
 
Todavía no me presenté. Yo soy el manzano de Carrió. Estoy en medio de la finca y, está mal que yo lo diga, pero doy las mejores manzanas del prao, las más sabrosas, grandes, coloradas y jugosas. Valen para mesa y para sidra. Y encima, en medio de tanto caos, mi aspecto es bastante convencional. Elegante incluso, diría yo. Del tronco se abren las ramas a media altura dándome un porte totalmente homologable con otros árboles de esa finca de San Miguel de Arroes, ya sean tilos, plátanos de sombra o nísperos. Me hace cosquillas una palmera que plantaron demasiado cerca de mí y a mis pies crece una camelia. Bueno, lo de crecer es un decir. Esta no curra ni un mes al año, cuando suelta cuatro flores y punto. Yo sí que doy el callo. Aunque, todo hay que decirlo, en 2010 no pegué ni sello. Tocó vecería y no di ni una mísera manzana. El año pasado estuve reventón y éste voy camino de ello, así que aprendan a valorarme. Bueno chicos, creo que os habéis hecho una idea de mi idiosincrasia asturiana. Esto de escribir no es lo mío. Además estoy ocupado engordando el fruto. Recordar que si el dueño del prao os invita a sidra yo estoy dentro de la botella. Así que ¡salud!