La primera vez que pisé la Feria de Begoña fue para hacer negriteo, esas horribles informaciones de los periódicos en las que damos cuenta de quién va a un sitio. Siempre fui escéptico de estos textos (a lo sumo interesan las fotos sociales, entiendo yo), pero donde manda patrón… Así que un par de veces, hace cosa de diez años, pisé El Bibio no para ver los toros, sino para ver al público; extraña sensación. Cumplí con mi trabajo y, de paso, eché un ojo al coso. Mi primera impresión fue que allí se aplaudía a la mínima. El nivel de exigencia era bastante bajo y había mucha más parafernalia que contenido, con toreros consagrados haciendo la faena a una vergonzosa distancia del astado. Tampoco parecía que los animales tuvieran un genio excesivo, más bien eran mansos y de peso moderado en comparación con otras plazas. “El próximo año traigo les mis vaques de Caldones”, llegué a escucharle decir a un indignado asistente.
Tras estas breves experiencias y muchas charlas paternas sobre toros, llegó la hora de la verdad. Hace cuatro o cinco años recibí una invitación para ir a los toros por mi cumpleaños. Abría la tarde Jesulín de Ubrique y asomó un toro bravo, atípico de nuestra modesta plaza de segunda, llamado Pelifino. Grueso, con buena cornamenta, rápido y cabreado. Metía miedo el bicho. Y Jesulín fue el primero en cagarse por la pata. De hecho, pidió que lo cambiasen porque era bizco; alegó. Ni caso. Tuvo que torearlo y sólo le faltó sacar un mando a distancia. Tan bochornoso espectáculo culminó de la peor manera posible. Torpísimo con la espada, tuvo que rematar al animal de mala manera; éste se resistía a morir, daba continuos espasmos y yo estuve a punto de vomitar. Con los siguientes toros, que parecían vacas, rehice mi pálida figura y me concentré en disfrutar más de la estética y los pachún pachún de la banda de música que de las faenas, totalmente inexistentes.
Volví un par de veces a los toros y me reafirmé en mi impresión inicial. Somos una plaza de segunda y tenemos un público facilón que, en su afán de ir a pasárselo bien, roza el ridículo. Los toreros consagrados vienen a cobrar y a no arriesgar; apenas cabe esperar algo decente de los principiantes; mientras los toros que aquí salen al ruedo en Bilbao, Madrid o Sevilla los devolverían a la dehesa con una sonora pitada. Aquí se aplaude a rabiar, al toro, al torero y la madre que los parió. Estamos ya inmersos en la Feria de Begoña 2011 y todos los ojos están puestos en la vuelta José Tomás. ¿Vendrá él o mandará un doble? El viernes lo veremos. El aplauso, el chico lo merece, está garantizado.