Le gusta la emoción a Preciado. Tal parece que no estaría cómodo en una Liga por la que navegásemos en la zona templada de la tabla, sin sobresaltos. Eso sería muy aburrido. En verano todos los entrenadores trabajan en madurar un once tipo para que los jugadores se conozcan y haya complicidad entre ellos, algo fundamental en un equipo de fútbol. Aquí eso no gusta. Malgastamos julio y agosto en hacer tantas alineaciones como partidos y el día del estreno se improvisa una más. El fracaso está garantizado. Tal es la competencia entre iguales en la Liga que la balanza se suele desequilibrar por pequeños detalles. Si yerras en la alineación y en el planteamiento, la derrota se antoja inevitable. No parecía difícil la pretemporada: dos buenos porteros y una defensa definida. Sólo faltaba decidir de ahí para adelante: un 4-2-3-1 o un 4-3-2-1. Y, se supone, situar a los mejores.

En la alineación del sábado sobraban, a mi juicio, tres nombres: Eguren (torpe), Sergio (bisoño) y Barral (romo). Cambiar a estos tres por Rivera, Carmelo y Sangoy hubiera dado otro aire al equipo. Yo pensaba que este año Preciado iba a confiar en Sangoy, pero a base de jugar veinte minutos sólo con marcadores adversos nunca tendremos certeza alguna sobre su validez. A jugadores de la calidad de Carmelo y Sangoy hay que alinearlos diez partidos seguidos, hay que darles confianza y los resultados creo que han de llegar. También valoraría dar una última oportunidad a Luis Morán y dejar a Novo de refresco habitual de Carmelo, quien suele llegar limitado físicamente a la recta final de los partidos…

Ya se sabe: todos llevamos un entrenador dentro, un ente interior que sale rápidamente a flote cuando nuestro querido bigotón empieza a trastabillarse. Hay que tener un bloque, Preciadón, y no empezar la Liga con el pie izquierdo por delante. Son ya cuatro años de arranque con derrota. Habrá un año en que esperaremos la reacción para enero, confiados en la buena estrella del míster, y ésta no llegará. Entonces nos acordaremos de no haber hecho los deberes en el otoño. Y de haber empezado una liga con la mayor de las frivolidades del mundo: Rivera en el  banquillo. Eso sí que fue meter el dedo en el ojo a veintipicomil espectadores.