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Adrián Ausín

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Mollejas en la Tercera Fase

En el valle de Riaño, de noche, se contempla uno de los mayores espectáculos celestes de todo el reino leonés. En las fases de Luna Llena, los árboles dan sombra, el río se asoma en los recodos con un brillo plateado y el cielo te intimida con una auténtica sobredosis de constelaciones y estrellas. Veinte años después de los heroicos tiempos del Mollejo, aquel personaje de leyenda había acrecentado su legado a la Tierra de la Reina, como se denomina en realidad este bonito valle que prolonga al de Riaño, con una constelación de mollejas que dibujaba en su centro el inolvidable rostro del barón de Munchausen leonés. Sus experimentos aerostáticos y de navegación habían quedado en un segundo plano cuando, en su senectud, concibió el proyecto final que iba a transportarle directamente a la inmortalidad. El propio Francisco del Hoyo y sus memorables mollejas habrían de transmutarse, en el fatídico momento del tránsito, en un polvo espacial que permanecería indeleble por los siglos custodiando aquella tierra de sus amores.

De cómo lo logró poco se puede decir. Con él se llevó aquel secreto a la bóveda celeste. Sin embargo, el resultado saltaba a la vista. En las noches despejadas, entre la Osa Mayor y la Osa Menor podía verse con gran nitidez el rostro de Francisco del Hoyo revestido de un aura celestial y rodeado de pequeñas mollejas gravitando a su alrededor. Si a simple vista podía percibirse con bastante nitidez, con un telescopio aquella presencia adquiría una tridimensionalidad espectacular. Su semblante era plácido. Parecía feliz en aquella suerte de inmortalidad. Su aura parecía gobernar el valle. Así lo quisieron ver los parroquianos de todos los pueblos, quienes instauraron una semana festiva en su memoria. Del 7 al 14 de septiembre, Riaño, Boca de Huérgano, Villafrea, Los Espejos de la Reina, Barniedo, Portilla de la Reina y Llánaves de la Reina celebraban por todo lo alto la Semana de la Molleja, que incluía un memorial de ingenios flotantes, una competición de aparatos voladores caseros, un campeonato de tiro al plato (con forma de molleja), unas jornadas gastronómicas sobre la molleja que reunían a los más prestigiosos cocineros de la piel de toro nacional y un maratón de chismes a base de ginebra.

Por si estos atractivos fueran pocos, el salón de mozos de Boca de Huérgano acogía igualmente un simposio sobre la molleja en el que tomaban parte prestigiosos conferenciantes de las más variopintas disciplinas. Se desgranaban los últimos estudios, los más recientes experimentos sobre combinación de sabores, el erotismo de la molleja o su trasversalidad en el pensamiento filosófico leonés. Pese a los avances que se inventariaban cada año, el comité de mollejos honoris causa no dejaba de constatar, una y otra vez, que las mollejas plancha de Francisco del Hoyo jamás tendrían rival. En su sencillez, su corte, su toque de ajo; y la deliciosa ensalada de acompañamiento; se producían tal concatenación de sensaciones que el paladar alcanzaba el éxtasis más absoluto que imaginarse pueda. Nadie dudaba en estos cónclaves de que en ese poder mágico de sus mollejas radicaba la trasmutación a la inmortalidad celestial del autor.

El 14 de septiembre la fiesta culminaba, a medianoche, con un fenómeno paranormal que sumía en el éxtasis más absoluto a los habitantes de la Tierra de la Reina. Con la bóveda celeste puntualmente despejada, aquel rostro incandescente de Francisco del Hoyo experimentaba un leve movimiento que insuflaba, a través de su boca, miles de mollejas plancha por todo el espacio. Aquella lluvia de mollejas llenaba los platos de los expectantes vecinos, que los enfocaban al aire esperando su ración celestial. Ni una sola se caía al suelo. A continuación desaparecía esa leve brisa aparejada a aquel fenómeno y recuperaba la noche su quietud. El banquete posterior, con un buen vino tinto y ensaladas, sumía al pueblo en un éxtasis del que no se recuperaba hasta dos o tres días después.

Tolís, albacea del imperio mollejil, proclamaba al cabo de una semana, desde el torreón medieval de Boca de Huérgano, las mayores y mejores aportaciones de la edición recién concluida, anunciaba la impresión de un nuevo tomo de la Semana de la Molleja y convocaba la celebración del siguiente festejo. Seguía a su proclama un toque de corneta protagonizado por cuatro espigados jóvenes de raza negra. Y el populacho retornaba a los quehaceres del campo. Por las ventanas de Los Madrugos escapaban los cánticos de las dos fornidas somalíes, ya cincuentonas, que habían perpetuado con esmero la fórmula magistral de las mollejas plancha de Francisco del Hoyo del Hoyo.

(fin del triduo mollejil)

 

PD.-Hoy resulta imposible no tener un recuerdo para Manolo Preciado, quien podría estar ya tomándose unos chismes con el señor Madrugo en plena tertulia celestial mientras degustan unas…

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Gijón y otras hierbas

Sobre el autor

Adrián Ausín (Gijón, 1967) es periodista. Trabaja en el diario EL COMERCIO desde 1995. Antes, se inició en la profesión en Bilbao, Sevilla y Granada. En 2019 escribió para el Ateneo Jovellanos el catálogo 'Gijón Escultural'. Luego publicó la novela por entregas 'Cilurnigutatis Boulevard' en Amazon (2021). De la comedia pasó a la tragedia, sin anestesia, en la distopía 'El buen salvaje' (2022), donde denuncia los peligros para el hombre del abuso de las nuevas tecnologías. 'García' (2023) se pasa al costumbrismo con todos los ingredientes de la novela clásica, ambientada en el Gijón de 1979.


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