En septiembre te das siempre los mejores baños del verano. No corre el aire, la temperatura es templada y el mar está en calma. Esta mañana, pasadas las doce, frente a la Escalerona, una veintena de gijoneses, servidor incluido, nos solazábamos remojados en el Cantábrico, con ese ángulo visual tan autóctono que forman el edificio del Varsovia, la Antigua Pescadería, el Ayuntamiento, el Campo Valdés y San Pedro; o sea, nuestro mejor y más bonito escaparate. Vistos desde el Muro, parecíamos un cuadro costumbrista, unas cabezas sobresaliendo sobre las aguas en calma total. A unos metros, entre las micro-olas, una mujer mayor con gorro de baño cantaba. Parecía un tema gallego, susurraba unas estrofas y sonreía con gesto relajado. Se le acercó un paisa y creí por momentos que se besaban. Pero no. Intercambiaron unas palabras y él fue abandonando la mar rumbo a las duchas de la Escalerona. Ella siguió cantando. Por otro lado, dos bañistas de mediana edad (lo de los baños de septiembre parece un secreto que sólo se descubre de los 40 para arriba) asomaron sus cabezas con gafas de bucear y se perdieron por otro rincón acuático.

En esa quietud de septiembre, con la mente a remojo, parecía un momento idóneo para repasar asuntos. ‘Isabel’, la serie estrenada el lunes por TVE-1, respondió a las previsiones. Cutrecine español, mucha gente disfrazada y unas tetillas al aire cada cuarto de hora para evitar que te duermas. Como en el cine del destape de los años 60/70. Parece que nada ha cambiado. Encima, nos plantan una Isabel la Católica arrubiada y virginal cuando uno la tenía por un auténtico ferrote maloliente, pero con un remango de no te menees. Demasiada distancia respecto al rigor histórico. Pero bueno. Quizás vendría bien una Isabel la Católica que, quinientos años después, reunificara España de nuevo suprimiendo de un plumazo este ruinoso estado de las autonomías repleto de organismos duplicados, comités asesores, fundaciones, diputaciones y delegados del gobierno. ¡Vuelve Isabel! Seas o no un ferrote, este humilde servidor te aplaudirá a dolor, aunque no le acompañe nadie en tan digna empresa. La mar sigue en calma , el frescor te masajea el cuerpo y la señora del gorro de baño sigue con su rianxeira, o lo que sea, lo cual te hace sentirte el ser más privilegiado de la tierra. Por Madrid, por Oviedo; imaginas a la gente caminando por la calle en pleno bochorno, mientras tú entregas tu cuerpo serrano al Cantábrico para sentirte como un mojito de la coctelería Soda 917.

Entonces recuerdas que tienes a comer a padre y hermano. Y planeas: tomate aliñado, plato de jamón y arroz a la cubana, compota casera de Arroes, café, bizcocho y pal COMERCIO a dar el do de pecho. Toca salir de la mar océana, ducha y paseo por la orilla para ir secando. Agotado agosto, por la orilla ya sólo desfilan jubilados. Curioso. El cielo está de un gris plomizo, pero los termómetros marcan 21 grados, sin rastro alguno del antipático Nordeste. Cuando anuncian por megafonía la una de la tarde, aprietas el paso para que dé tiempo a todo. Desfilas por el Muro en moto y das la curva hacia la avenida de Castilla (que no se diga, ¡Isabel!) dejando atrás nuestra maravillosa bahía gijonesa, donde tenemos activos ociosos de sobra para acudir al rescate de España entera. Sólo aguardamos la llamada de nuestro regio ferrote del siglo XV.