Qué tendrá la sonrisa que cautiva al instante. Si alguien te sonríe tiene medio camino andado. No parece difícil. Sin embargo, lo es. Sonreír es una actitud vital, una puerta abierta, además de un gesto de buena educación. Shigeru Miyamoto ha llegado a Oviedo sonriendo. Se ha permitido bailar un poco ante los gaiteros afincados en el Hotel de la Reconquista. E incluso dio unos leves saltitos de alegría, expresión clara de ese buen rollo que transmite a sus 60 años. El inventor del Mario Bros se ha metido al público en el bolsillo con su sonrisa nipona. Qué fácil, ¿verdad? Pero, ¿por qué no es tan fácil en el día a día? ¿por qué vemos por la calle a todas horas esas caras de mala hostia? (ojo, antes de la crisis también) ¿por qué, en definitiva, no somos felices? ¿Por qué nos quejamos de todo y no disfrutamos de casi nada? Si llueve, porque llueve. Si sale el sol, porque hace calor. La verdad, hay mucho humano sin remedio a nuestro alrededor. Y llegados a esta conclusión quizá lo mejor sea aplicar sin titubeos las recetas del comunicólogo Emilio Duró. Este hombre, un auténtico espectáculo de esa nueva profesión llamada ‘coaching’ (entrenadores que inyectan moral y energías renovadas a quien quiera oírlos) propone no coger el teléfono a esos amigos que no saben más que dar malas noticias, protestar y criticar. Oye, te llamé y no me cogiste. Sí, claro, no te cogí porque eras tú. Esa es la receta de Duró para con los cenizos, para quien no sabe sonreír, así le maten.

Si la sonrisa la pone Miyamoto, en este bonito día de Premios Príncipe las lágrimas las pone Philip Roth. Simplemente, por no estar. Una verdadera pena, pues el talento de Roth, su habilidad para destripar a la sociedad norteamericana, su brillante narrativa y, también, pese a su aparente seriedad, su profundo sentido del humor (con pocos libros reí tanto como con ‘El mal de Portnoy’) se bastaría por sí solo para iluminar esta tarde el Teatro Campoamor. Pero sonriamos todos, riámonos de nosotros mismos y de los demás. Hagamos el sano ejercicio de mirar por la ventana y decir: qué bonito día nublado tenemos hoy, qué bien sabe el oxígeno gijonés. Vale la pena vivir sólo para salir al Muro de San Lorenzo y respirar su aire fresco cuajado de ozono como un pastel. Miremos a Miyamoto y copiémosle siquiera la mitad de su sonrisa, la mitad de su aparentemente sencilla felicidad. Se vive mucho mejor. Os lo aseguro.