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Adrián Ausín

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Vicenza, la ciudad encantada

(Italia 3)

Vicenza es una pequeña ciudad de cuento de hadas. Un núcleo urbano monumental, varios parques de ensueño haciendo de colchón con las carreteras del entorno, un río y unas afueras salpicadas de preciosas villas romanas. En Vicenza vivió Andrea Palladio en el siglo XVI después de viajar durante largo tiempo admirando la Italia Clásica y la Grecia Clásica. Entre lo que vio y lo que imaginó, adquirió el bagaje idóneo para plasmar aquel pasado esplendor en edificios, villas, iglesias y palacios. Así lo hizo hasta los 71 años dejando a su muerte Vicenza cuajada de un estilo que sería copiado luego en todo el mundo. La Casa Blanca está inspirada en Palladio y la residencia de Thomas Jefferson (con la que se arruinó) está inspirada en Palladio, por poner solo dos ejemplos.

Vicenza está a dos horas de tren de Milán, camino de Venecia. La primera tarea al llegar es pasearla. Se hace rápido. La vía principal, corso Palladio, como no podía ser de otra manera, es una sucesión de pétreos edificios monumentales coronados por esculturas. Igual que en África el animal que causa más muertes al hombre es el hipopótamo, cuya mala leche algunos desconocen, en Vicenza imaginas que la primera causa de muerte sea el desprendimiento de ‘paisanín escultural’, pues cada vez que miras al cielo hay alguno mirándote. ¿De qué murió Filipo? Pues nada, le cayó un brazo de Júpiter en la cabeza. ¿De qué murió Giusepe? De un testarazo de un querubín. Las conversaciones de tanatorio en Vicenza han de ser por fuerza de este jaez a tenor de lo que te rodea. A muchas esculturas les faltan extremidades y su caída quizá no esté programada.

Tras salir vivo de un paseo por Vicenza; también impresionado; la tarea siguiente es salir de Vicenza caminando rumbo al pequeño monte que la preside. En media hora te plantas en la cima del Berico, donde hay un bonito santuario y unas vistas de todo el valle donde se asienta esta coqueta ciudad italiana. De ahí, en la bajada, te desvías por una estrecha carretera por donde se van sucediendo palacios. El primero, Villa Valmarana ai Nani, precioso; y el último, La Rotonda, la obra cumbre de Palladio en la que se han inspirado mil edificios (Casa Blanca incluida). En diciembre sólo permiten visitar los jardines. Tras recrearte en La Rotonda, sigues alejándote de Vicenza por el Valle del Silencio, donde reina tal paz que en una amplia finca agraria pastan a sus anchas cuatro inmensas ratas de agua, un extraño espectáculo que hace de singular contrapunto con todo lo visto hasta entonces.

 

Una vez paseada Vicenza por dentro y por fuera, queda ver el primer teatro clásico cubierto construido por el hombre. ¿Adivinan quién lo hizo? No lo voy a decir más veces. Sí, ¡Palladio! Pero tuvo que acabarlo otro arquitecto pues él cambió de barrio sin concluirlo. Sentarte en sus actuales bancos de madera corrida y contemplar un decorado esculpido en piedra con arcos y calles en perspectiva hacia las bambalinas es algo insólito. No hay otro igual. Con esta sobredosis de arte en las venas, Vicenza ofrece también un templo gastronómico para repostar: La Antica Casa della Malvasia, un negocio vinatero que hunde sus raíces en el siglo XII donde se come a las mil maravillas. Ahí cenarás tres días consecutivos sabrosos platos rematados siempre por un tiramisú para quitar el hipo.

Como es invierno y anochece casi a las cinco, el último día te vas al cine Odeón a ver ‘Prima neve’ en la sesión de las seis. Es jueves, tres cuartos de las butacas están ocupados por gente metida en años, hay ambiente de cine, de ese que recuerdas de cuando eras pequeño. La película se desarrolla en los Alpes. Un emigrante ayuda en una casa de alta montaña mientras llora la muerte de su pareja cuando llegaban a Italia en una patera. Tiene una hija pequeña y no tiene claro qué hacer con su vida. Si quedarse en el campo o ir a la ciudad. Los paisajes son muy bonitos y los diálogos, a tenor de los murmullos, las risas, lo que te cuenta la esposa (que también va controlando el italiano) y lo poco que tú entiendes, están bien. El italiano suena maravillosamente bien, la musicalidad de ‘domani matina’ no tiene comparación con nuestro reiterativo mañana por la mañana; mientras que la alegría de su voz tampoco tiene comparación con ese francés gutural que algunos consideran romántico. Toca dejar Vicenza para irse al Lago di Como. La Vicenza de Palladio, del cine de pueblo y del sabroso restaurante del siglo XII; esta Vicenza esculpida en piedra donde la vida es claramente bella.

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Gijón y otras hierbas

Sobre el autor

Adrián Ausín (Gijón, 1967) es periodista. Trabaja en el diario EL COMERCIO desde 1995. Antes, se inició en la profesión en Bilbao, Sevilla y Granada. En 2019 escribió para el Ateneo Jovellanos el catálogo 'Gijón Escultural'. Luego publicó la novela por entregas 'Cilurnigutatis Boulevard' en Amazon (2021). De la comedia pasó a la tragedia, sin anestesia, en la distopía 'El buen salvaje' (2022), donde denuncia los peligros para el hombre del abuso de las nuevas tecnologías. 'García' (2023) se pasa al costumbrismo con todos los ingredientes de la novela clásica, ambientada en el Gijón de 1979.


diciembre 2013
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