“¡Gol!”. “¡Gollllllll”!. “¡Gooooooooooooooooooooooooooooooolllllllll!”, “¡Gooooooooooooooooooooo ooooooooooooooooooooooooooooooooooooool!”. El grito más desgarrado que ha salido en toda tu vida de tu garganta estalló ayer, a las ocho de la tarde, en la redacción de EL COMERCIO, derribando con su onda todo lo que se encontraba a su paso, haciendo añicos diez meses de tensión ilusionante, poniendo la guida de la inigualable temporada 2014/2015 del Real Sporting de Gijón en el minuto 91 del último partido de Liga que se disputaba en Gerona. Ese gol de Caballero, poderoso Caballero, te hizo saltar del asiento, desgarrarte por dentro y por fuera, y gritar hasta que se rompió la garganta para terror y espasmo de quien te rodeaba en ese momento. Unas teles de EL COMERCIO sintonizaban el Sporting, pero desde el 0-2 otras sintonizaban al Girona. Y esa que tenías más cerca de ti estaba sintonizada con el Lugo, con la esperanza del milagro que se produjo en cámara lenta, pues algo le pasaba al televisor que cuadriculaba cada poco la imagen y la ofrecía con efecto de cámara lenta, de modo que el cabezazo del delantero lucense fue entrando en la portería rival con una maravillosa lentitud que te permitió disfrutar de un instante que resultó felizmente eterno en tu retina.

Júbilo en el periódico. Tensión después con los 40 segundos adicionales. Cambio de paginación. Curro a palas. Llamadas de teléfono. Guasaps. Un llanto ahogado al hablar con la esposa, pues te habías quedado sin voz. Cierre de tu sección a la carrera para pasar a ayudar en Deportes. Gloria bendita. Cuando a la medianoche, exhausto, acabas el trabajo, propones a Marcos Moro, fiel compañero de fatigas y de sentimiento rojiblanco, acercarte al Bellavista para ver llegar a equipo. Acabas de ver en la TPA la llegada al aeropuerto de Asturias y necesitas ver de cerca a los héroes. Allí nos recibe el clásico cordón policial, un ambiente de fiesta total, cánticos, luces dentro del restaurante, invitaciones de 25% a la fiesta que empezará en el Ambigú vete tú a saber a qué hora pues habrá que esperar a que los jugadores cenen y canten. Esperas y esperas, hasta que llega el autobús. Es la una de la mañana. Estallamos todos de júbilo. Van bajando jugadores y Abelardo, PITU entre los PITUS, se gira al salir del bus, se pone ante tu grupo de seguidores, y estalla brazos en alto, como si fuera a boxear, con una cara de loco que no veas. Todos le aclamamos como se merece. Luego se acercan Cases, Juan Muñiz… Los preparadores físicos, los jugadores graban a los aficionados y los aficionados a los jugadores. Y los futbolistas entran al hotel a seguir la fiesta.

Cuando te vas caminando con Marcos Moro por el Muro, la estampa no tiene desperdicio. La playa está espectacular, reposada, en bajamar. Unos farolillos, made in Tailandia, la sobrevuelan por varios puntos. Y al fondo, frente al Bellavista, estallan petardos y suenan canciones futboleras en medio de una singular sobredosis de luz, energía y fiesta. Es una noche mágica. Para disfrutar. Para desahogar la tensión acumulada. Pero tú debes replegar a tus cuarteles de invierno, pues la tarea de hoy es intensa. El grito en la redacción te ha dejado vacío, mareado, aturdido de felicidad. Solo falta que mientras escribes estas líneas, en Mareo estén firmando ya la renovación Sergio, Cuéllar, Juan Muñiz y Rachid. Importantes los cuatro. Lo dijiste el lunes pasado en la Tertulia de la Ser: “Fe ciega en el triunfo”. Y el sueño se ha cumplido.