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Adrián Ausín

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La conquista de Monument Valley

(Quince días en Utah 6)

El Valle de los Dioses es el primer subidón del día. Esta pista de tierra de 17 millas solo se puede disfrutar de forma presencial. Las fotos apenas dicen nada de la magia del lugar. Hay que disfrutar del recorrido de forma tridimensional, metiéndote en sus tripas en un ambiente solitario (apenas lo compartirás con dos coches), parando cada poco, saliendo al aire a verificar si están a punto de aparecer los indios o se adelantarán cuatro vaqueros con Clint Eastwood a la cabeza. Si hay víboras. Si se oculta Sergio Leone por ahí. Si llega una diligencia con un botín y una dama. O si aparece un árbol con una soga… El recorrido tiene forma de herradura, de modo que lo tomas dejando la carretera asfaltada en un punto y vuelves a la ‘civilización’ poco más adelante tras este recorrido curvo. Valley of the Gods coincide con un programa musical de radio ‘ad hoc’: un poco de blues cadencioso pone la banda sonora perfecta en este decorado marrón al que el sol hace reverberar por momentos. Da pena abandonarlo. Pero el día tiene aún muchos ingredientes por delante.

Cuando sales de la pista de tierra, en apenas diez minutos das con un mirador espectacular: The Gooseneck Point. O sea, Cuello de Ganso. El río San Juan da dos curvas imposibles en sentidos inversos que dejan en medio sendos montículos simétricos de roca negra desnuda. Al momento los bautizas como los llamparones. Es un paisaje lunático con dos monumentales llámparas. Impresionante. Diferente. Agua y roca en caprichosa armonía. Contemplándolo, te comes un bocadillo y unas manzanas. El día se va torciendo. Del sol del Valle de los Dioses ha pasado a un aire gélido y un movimiento de nubes que amenaza lluvia inmediata. Tiras entonces para Mexican Hat, todo un fiasco, pues no es más que un pedrusco con forma de sombrero mexicano. No sabías muy bien qué te ibas a encontrar. Pensabas que habría las clásicas formas rocosas verticales tipo sombrero. Sigues unas millas y entonces sí. Van emergiendo unas grandes moles: Monument Valley. Totémicas. Dominantes. Armoniosas. Incontestables. Un castillo con torreones. Un símbolo de América. Una reserva navaja donde se preserva una ancestral esencia india. La carretera se aproxima con especial belleza, con una larga cuesta abajo sostenida que luego se transforma en recta hacia arriba como si fueras a despegar hacia sus cumbres. Paras el coche para recrearte. Ha empezado a llover, de modo que la tradicional imagen seca del lugar se transforma en otra muy diferente. Pero la lluvia no le resta belleza. Le otorga quizá un embrujo adicional, pues la naturaleza parece establecer ahora un juego entre los elementos: agua, piedra, aire, (color) fuego… Hay algo de apocalipsis en este instante.

 

 

 

 

 

Quizá por todo ello los puestos de madera de los navajos están desiertos. Quizá ahí vendan algo o te inviten a las expediciones a las faldas de la masa rocosa (a precios prohibitivos). No están. Pero no hacen falta. Las vistas son magníficas. Al recuerdo genérico de películas del Oeste se suma el de Forrest Gump, cuando a Tom Hanks le da por empezar a correr por todo el país mientras le va creciendo una prominente barba. Le salen seguidores, le persigue la prensa: ¿Por qué corres Forrest? ¿Por la paz en el mundo? ¿Contra la contaminación? ¿Para poner fin a las guerras? Porque me gussssta, contesta él en pleno corazón de Monument Valley. Entonces te pones dos gorras, a falta de una, y corres como Forrest Gump mientras la esposa te hace unas fotos. Luego vuelves a correr y te graba un vídeo donde reivindicas la presencia de Forrest Ausín en tamaño paraje. Lo pasas bomba. Como un niño grande. Sin importar la lluvia ni el ridículo que puedas estar haciendo. De repente, deja de llover y sale un gran arcoiris. Guau. Pero no vale para la foto pues está al otro lado de los descomunales menhires en esta línea fronteriza entre Arizona y Utah. Cuando arrancas de nuevo ya está lloviendo de nuevo. Las vistas siguen siendo espectaculares desde el otro lado. Vuelves a parar. Vuelves a recrearte. Pero no caben más alardes. Según te han contado, si entras al centro de visitantes te ofrecen unas rutas en unos autobuses polvorientos que se aproximan a las grandes rocas, pero hay que pagar dos veces, una por entrar y otra por hacer el trayecto, sin que cambie mucho la vista que tienes en la propia carretera. Los navajos exprimen bien su prebenda. Pero tú ya vas a caer en sus garras en Page. Así que aquí, animado por la tormenta, decides seguir tu camino. Sales vivo del Salvaje Oeste. Sin heridas de bala ni picaduras de serpiente. La sensación ha sido mágica, tanto en Monument Valley como en The Valley of the Gods. Dos esencias de la Vieja América. Aquella que solo habitaban indios y vaqueros.

Temas

Gijón y otras hierbas

Sobre el autor

Adrián Ausín (Gijón, 1967) es periodista. Trabaja en el diario EL COMERCIO desde 1995. Antes, se inició en la profesión en Bilbao, Sevilla y Granada. En 2019 escribió para el Ateneo Jovellanos el catálogo 'Gijón Escultural'. Luego publicó la novela por entregas 'Cilurnigutatis Boulevard' en Amazon (2021). De la comedia pasó a la tragedia, sin anestesia, en la distopía 'El buen salvaje' (2022), donde denuncia los peligros para el hombre del abuso de las nuevas tecnologías. 'García' (2023) se pasa al costumbrismo con todos los ingredientes de la novela clásica, ambientada en el Gijón de 1979.


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