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Adrián Ausín

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'El Muro' de Pink Floyd

En la Antigua Roma se cultivó hasta lo indecible el empeño de entretener a las masas con pan y circo. Cada poco, el pueblo era citado en el Coliseo para asistir a una bacanal de sangre. ¡Y aplaudían! En Gijón, dos mil años después, parece que nos estamos obsesionando con eso de divertir al pueblo, día sí día también, con los más variados espectáculos, aunque en muchas ocasiones la ‘oferta municipal’ se reduzca a una barraca y una orquesta atronando al respetable. Esta fórmula tan propia de nuestras romerías de las parroquias rurales, de donde nunca debió salir, acaba de experimentarse con notable estrépito en el inefable ‘solarón’. Tras cuatro días de conciertos cabe afirmar que quienes pasaron por ahí ni antes de las sesiones musicales eran unos infelices ni después están eternamente agradecidos a nuestros poderes públicos. Simplemente, se asoman, otean, beben y marchan. Mientras gente de edad elevada, enfermos, trabajadores que madrugan y vecinos con ‘otros gustos’ musicales se han cagado en todos los demonios. Y además pagando, pues no olvidemos que esta ensalada de fiestas encadenadas que tenemos en verano sale en exclusiva del bolsillo de todos y cada uno de los honorables y archiexprimidos contribuyentes, a quienes nadie consulta nada. Se pagan impuestos bárbaros a todas las administraciones. Y a callar.


Al otro lado de la ‘Y’ siempre apostaron por conciertos de pago en sus fiestas, aunque fuera a precios moderados, en la teoría quizá acertada de que aquello que no se paga no se valora adecuadamente y, por tanto, sale muy caro. En Gijón el gusto por la música es incuestionable. Pero la duda estriba en racionalizar cómo se ‘administran’ las corcheas. De la inacabable (y suponemos costosa) oferta anodina de este verano, servidor solo tuvo margen temporal para un escueto concierto: el homenaje a David Bowie en el Jardín Botánico. Cualquier parecido con la realidad, dicho suavemente, fue pura casualidad. Mientras ‘Lazarus’ va por 37 millones de visualizaciones en Youtube y ‘Blackstar’, por 28 (dos de los temas de despedida que nos regaló Bowie antes de extinguirse), otro imitador, el astronauta Chris Hadfield, ronda los 33 con su maravilloso ‘Space Oddity’; o sea, más de mil estadios de El Molinón. Cantar los temas de Bowie es una gran osadía al alcance de pocos, como bien se pudo comprobar en el Botánico, y al tercer tema hubo quien prefirió la terraza al toldo del concierto. Pasó por allí Miguel Rodríguez Acebedo y apetecía decirle algo cariñoso. Pero bueno, ocho euros tirados era una cantidad simbólica que bien paga el propio jardín, normalmente muy certero en la programación, con su embrujo nocturno. Con Acebedo y Granda arrancó aquella gloria de los grandes conciertos. Con el propio Bowie (que no se esmeró mucho dicho sea de paso), los Rolling, Tina Turner, Bruce, Dire Straits, Bon Jovi, Miguel Ríos (conciertazo)… Ahora corren tiempos de imitaciones, de tributos y de romerías urbanas. Como contrapunto a tanto populismo ‘barato-caro’, quizá sea oportuno rescatar a un grande y recordar nuestro gusto por la buena música. ¿Qué tal Madonna? ¿Y Pink Floyd? Tras haber resucitado con un disco en 2014, igual es momento de darles un toque a estos exquisitos británicos, recordarles nuestro lugar en el mapa y decirles aquello de: ‘Wish you were here’. Cuando lanzaron ‘El Muro’ allá por 1979 hubo quien quiso entender que acababan de pasar unas vacaciones secretas en la playa de San Lorenzo, donde se habrían inspirado, en aquellos tiempos en los que John Mayall andaba por Salinas. Venga Acebedo, dales un toque, reconcílialos y líalos un poquitín. Será por ‘Money’.

(Publicado en EL COMERCIO el 2 de septiembre de 2016)

 

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Gijón y otras hierbas

Sobre el autor

Adrián Ausín (Gijón, 1967) es periodista. Trabaja en el diario EL COMERCIO desde 1995. Antes, se inició en la profesión en Bilbao, Sevilla y Granada. En 2019 escribió para el Ateneo Jovellanos el catálogo 'Gijón Escultural'. Luego publicó la novela por entregas 'Cilurnigutatis Boulevard' en Amazon (2021). De la comedia pasó a la tragedia, sin anestesia, en la distopía 'El buen salvaje' (2022), donde denuncia los peligros para el hombre del abuso de las nuevas tecnologías. 'García' (2023) se pasa al costumbrismo con todos los ingredientes de la novela clásica, ambientada en el Gijón de 1979.


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