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Adrián Ausín

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Punto y 'KOMA'

Cuando inauguraron el ‘Monumento a la madre del emigrante’ en septiembre de 1970 las autoridades de la época casi piden disculpas a la ciudadanía al considerarla una obra poco afortunada. Su autor, Ramón Muriedas, no estuvo aquel día en Gijón. Volvería dos veces para sendas exposiciones, pero nunca se fotografió con la pieza. EL COMERCIO llegó a intentar ese ‘encuentro’, pero Muriedas ya no conducía y así, aplazando la cita, le llegó la muerte hace casi dos años en su casa de Santander, acompañado tan solo por su perro Benito. Su obra no se libró desde el inicio del vandalismo e incluso de una bomba de fabricación casera que la tumbó en 1977. Enseguida fue rebautizada como ‘La lloca’ y ‘La muyerona’, pero tras décadas de hostilidad física y verbal acabó siendo muy querida.


Cuando se inauguró el ‘Elogio del horizonte’ en 1990, un prejubilado de Mina La Camocha llamado Eusebio golpeó al alcalde Vicente Álvarez Areces, dando con sus gafas en el suelo, en protesta por aquel derroche y en presencia del propio Eduardo Chillida. El ‘Elogio’ sería diana inmediata de un sinfín de pintadas del tipo de «Aquí yacen cien millones del pueblo de Gijón» amén de ser rebautizada por el acerbo popular como ‘el water de King Kong’. Veintiséis años después, se ha convertido en un incuestionable icono turístico de la ciudad pese a carecer, curiosamente, de una triste placa que lo identifique.


Cuando ‘Sombras de luz’ emergió en la Ería del Piles en 1998, Fernando Alba estaba escondido en Oviedo debajo de una piedra. Las críticas fueron demoledoras, abrasivas y el bautismo, inmediato: ‘Les chapones’. Eso es lo que la gente vio durante mucho tiempo: cuatro chapas con unos agujeros. Eso y nada más. Cuatro años después, una vez apaciguada la tormenta, este periódico citó a Alba ante la escultura, donde fue fotografiado por vez primera y las explicaciones del artista sobre la obra –«el sol la hace extrovertida, la lluvia le da una extraña sensualidad y los círculos la relacionan con el entorno…»– dejaron boquiabierto a más de uno. Hoy quizá siga habiendo opiniones divergentes. Pero, ¿alguien osaría quitarlas?


Gijón apostó fuertemente entre 1990 y 2002 por una obra pública abstracta (mientras Oviedo lo hacía por una línea figurativa ‘facilona’) que tenía sus riesgos. Sin embargo, a decir de los expertos, el resultado fue de «una gran coherencia, con un proyecto redactado y bien pensado y unas obras bien elegidas en el marco de la regeneración de la ciudad». Así lo considera la catedrática de Historia del Arte de la Universidad de Oviedo, Soledad Álvarez, quien sostiene que la apuesta artística gijonesa en los espacios públicos, con 36 obras instaladas entre 1970 y 2011, solo es comparable a la de Barcelona.
La última fue el homenaje a Margaride, de Xana Kahle, y tras ella se hizo la noche. En cinco años no ha habido nuevas incorporaciones a la colección pese a tener algún espacio claramente disponible, como el entorno del Acuario. Y, lo más alarmante, se han ido desactivando los cauces de atención a este patrimonio. Según reconoció esta semana la propia Fundación Municipal de Cultura, solo se actúa a demanda del artista. Es decir, no existe un plan de mantenimiento ni intención de gastar más que lo mínimo en arte público. No deja de sorprender en este apartado la capacidad de la FMC para contactar con los muertos. Chillida, Muriedas, Vaquero, Camín, Amadeo Gabino, Pieycha, Amador Rodríguez o Xaime Quesada le remiten informes desde el más allá, a través de un trueno o un relámpago, para dar cuenta de la última pintada o la rotura de un pedestal. Y en la Fundación actúan al instante. Otros viven a muchos kilómetros (Sinaga, Knörr, Noja, Ndoye, Eugenio López, Acisclo Manzano…), con lo que también les resulta más bien inviable llevar un control de sus piezas.

Delegar en muertos y ausentes esa tarea es tanto como lavarse las manos o como decir que ya se reparará una barandilla del Muro cuando salga publicado el destrozo en estas páginas. Hace años que la FMC ha puesto punto final a una apuesta brillante y certera. Ahora reina la ‘Koma’, la firma grafitera más extendida en la piel de nuestras (porque nuestras son) esculturas. El señor ‘Koma’ y otros salvajes de su calibre tienen 36 lienzos a su disposición con el beneplácito, por omisión, de las autoridades. Nadie irá a buscarlos. Quizá Chillida, Muriedas, Vaquero, Camín, Pieycha, Amadeo Gabino, Amador o Quesada estén intentando descifrar el código morse de la FMC en respuesta a su último trueno: Punto y ‘Koma’. Si han leído EL COMERCIO estos días, acaso lo entiendan ahora.

(Publicado en EL COMERCIO el viernes, 14 de octubre de 2016)

(Fotografías de Caicoya, Citoula y Paloma Ucha)

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Gijón y otras hierbas

Sobre el autor

Adrián Ausín (Gijón, 1967) es periodista. Trabaja en el diario EL COMERCIO desde 1995. Antes, se inició en la profesión en Bilbao, Sevilla y Granada. En 2019 escribió para el Ateneo Jovellanos el catálogo 'Gijón Escultural'. Luego publicó la novela por entregas 'Cilurnigutatis Boulevard' en Amazon (2021). De la comedia pasó a la tragedia, sin anestesia, en la distopía 'El buen salvaje' (2022), donde denuncia los peligros para el hombre del abuso de las nuevas tecnologías. 'García' (2023) se pasa al costumbrismo con todos los ingredientes de la novela clásica, ambientada en el Gijón de 1979.


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