La marcha de Abelardo era inevitable. Demos la bienvenida a Rubi

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Adrián Ausín

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A Rey muerto…

No deja de resultar escandaloso, en este momento delicado del Sporting, con los nervios a flor de piel, escuchar como si se tratase de una proeza que Abelardo ha «perdonado» al Sporting casi cinco millones de euros, o sea, lo que habría percibido si hubiera seguido trabajando hasta 2020. En primer lugar, por la cantidad, absolutamente obscena, algo que nadie ha comentado. «Es de los que menos gana de Primera», te apuntan. Da igual si ese dato es cierto. Mil veces obscena. En segundo lugar, porque no conoces a nadie que tras dimitir de su cargo tenga derecho a cobrar por lo no trabajado y menos intentarlo cuando, además, seguirás siendo vecino de la ciudad de tus amores.

Hecha esa salvedad necesaria, ¡gracias, Abelardo! Por el maravilloso año del ascenso. Por la milagrosa permanencia, aderezada de fortuna. Y por el sentimiento. Saber que alguien siente los colores como tú y ese alguien es el entrenador, saber que el mayor forofo es el míster, te identifica con él y te hace más feliz aún en las alegrías y más comprensivo en las penas. Los éxitos están ahí. Y los fracasos finales, estrepitosos, también. El éxito vino de la mano, curiosamente, de una prohibición, de un castigo, al no poder fichar. Fue la única forma de apostar por la cantera, por un equipo fresco, autóctono e implicado. En Primera, siguió el castigo. Bendito Tebas. Y de tres cedidos acertamos solo en uno: Sanabria. Pese a ello, mantenido el bloque de Segunda, llegó la segunda gesta. Pero hete aquí que de repente nos dejan fichar… ¡Y todo se fue al garete! Se perdió la identidad y llegaron los descartes de los demás, el baile de alineaciones y el cambio continuo de sistema, desaciertos de Abelardo, evidentemente con la mejor intención, y un desquiciamiento progresivo que acabó por minar su confianza en sí mismo y la de los jugadores en su entrenador. Dimitir era la única opción. Y lo hizo. Lo cual es elogiable, pues otros se aferran al cargo. Pero por mucha gratitud, y cariño autóctono, que sintamos a Abelardo, la única vía de aspirar a un ‘tercer milagro’ consecutivo era una bocanada de aire fresco.

Algo debe de tener el puesto de entrenador que son contados los casos de los que pasan de los tres años. En Primera, en este momento, solo Simeone. En los mentideros sportinguistas, se pensaba en Mel como relevo. Pero al final nos ha llegado un tipo llamado Joan Francesc Ferrer Sicilia. Más extraño no podía ser el nombre para estas latitudes y quizá por eso sea ‘Rubi’. Resulta estéril debatir su currículum: rozó la excelencia en el Girona, no subió al Valladolid (pero casi) y no salvó al Levante.Curiosamente, con los dos últimos equipos endosó al Sporting un 3-0 en Zorrilla y un 0-3 en El Molinón. ¿Será nuestro hombre? En estos momentos, todos somos escépticos. Pero debemos intentarlo. Nuestra tarea ahora es que se sienta apoyado desde el minuto uno por todos los estamentos: afición, prensa y club. Y los jugadores, con sus defectos y virtudes, también. Queda tiempo de sobra para enderezar el rumbo. Recibamos a Rubi con los brazos abiertos y que salga el sol por el Piles.

Publicado en EL COMERCIO el 20 de enero de 2017

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Gijón y otras hierbas

Sobre el autor

Adrián Ausín (Gijón, 1967) es periodista. Trabaja en el diario EL COMERCIO desde 1995. Antes, se inició en la profesión en Bilbao, Sevilla y Granada. En 2019 escribió para el Ateneo Jovellanos el catálogo 'Gijón Escultural'. Luego publicó la novela por entregas 'Cilurnigutatis Boulevard' en Amazon (2021). De la comedia pasó a la tragedia, sin anestesia, en la distopía 'El buen salvaje' (2022), donde denuncia los peligros para el hombre del abuso de las nuevas tecnologías. 'García' (2023) se pasa al costumbrismo con todos los ingredientes de la novela clásica, ambientada en el Gijón de 1979.


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