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José María Urbano

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Los perros y mi miedo

Tengo miedo a los perros. Me da igual que sean grandes o pequeños. No los quiero a mi lado, huyo de ellos. Espero que no sea difícil de entender, aunque observando el tsunami reaccionario -y no sólo en este asunto- que tenemos encima ya espero cualquier cosa. Ahora, con más tiempo, uno ha empezado a descubrir sendas para caminar habitualmente, sendas peatonales, para bicis, para disfrutar, vamos. De momento soy un habitual, prácticamente diario, de la senda de La Magdalena (Avilés, “ven porque ni te la imaginas”). La empiezo en la urbanización que Sogepsa realizó en la zona de Buenavista (chapeau por todo, es difícil superarlo) y me encamino por la senda marcada y bien diseñada, y hasta espectacularmente cuidada por los servicios de mantenimiento (hoy mismo he visto a dos operarios, un chico y una chica jóvenes, de rodillas quitando el verdín de las maderas de los puentes peatonales para evitar los resbalones por la humedad de estos días lluviosos, lo que me dejó bastante impresionado) en dirección a la zona de Villa, que es donde termina, justo debajo del viaducto de la autovía.

El problema, mi problema, es que la senda está llena de perros. Perros con sus dueños, generalmente sueltos (los perros), aunque también reconozco que los hay  (los dueños) que llevan a sus mascotas atadas, con lo que vas siempre un poco con la preocupación encima. El miedo no te impide discernir el grado de peligrosidad de los canes, pero si he de ser sincero creo que cada vez abundan más los perros (para mí) gigantes, esos que si un día te dan un “abrazo” son capaces de llegar a tu cabeza y hacerte la raya al medio de un lametazo.

Bueno, pues lo voy a decir ya, se acabaron los prolegómenos: estoy harto de los perros y de algunos dueños. Estoy harto de que venga el perro y empiece a olerme las piernas (y agradecido de que se pare ahí). “No se preocupe, no hace nada, solo quiere jugar”. “Oiga: no es que no me preocupe, es que me pongo de los nervios. Yo no sé si quiere jugar o hacer encaje de bolillos con mis pantorrillas, no tengo el gusto de conocer a su perro, ni tengo el más mínimo interés en entablar una relación con él. Y encima hay otro problema serio: yo no quiero jugar”.

Esta misma mañana, al disponerme a iniciar la segunda parte de la senda de La Magdalena (separada por una carretera local que la cruza para el tráfico rodado) observé que a unos cincuenta metros por delante  iba un perro grande y suelto con su dueño, en plan parsimonioso. Dudé y al final opté por subir por la carretera general hasta Los Sauces, más o menos dos mil metros ida y vuelta, para compensar la distancia de la ruta peatonal (qué bien suena, peatonal!!!!). A la vuelta, al entrar de nuevo en la senda, para iniciar el regreso, observo a otro perro de “metro y medio”, con un dueño mucho más parsimonioso que el anterior, como si fuera observando a ver si había truchas en el caudaloso río de estos días. Así que opté por subir hasta la carretera, en el cruce del Mesón Don Sancho, y dirigirme hasta el pabellón de La Magdalena por la carretera general, una vía estrecha, con muchas curvas, casi de línea continua permanente para el tráfico rodado. He ido por la izquierda, pendiente de tirarme a la cuneta llena de ortigas cada vez que venía un coche de frente y he observado que más de un conductor me ha dirigido una mirada asesina por obligarle a cruzar la raya continua y meterse en la mitad de la calzada: “¡¡¿¿Éste qué pinta aquí, no se enteró todavía de que hay una senda peatonal al otro lado de la carretera”??!!

He subido a continuación hasta el mirador desde el que se divisa medio Avilés (“ven porque ni te la imaginas”) y de repente ha aparecido caminando una mujer de edad con ¡¡¡¡cinco perros atados!!!!

En ese momento sentí que mis ojos se humedecían por la emoción. Estuve a punto de dirigirme a la señora para ver si me dejaba hacerle una fotografía con sus cinco perros atados. Al final desistí porque me pareció un poco atrevido por mi parte, incluso poco después recapacité y pensé que había hecho bien porque seguramente la señora iba a pensar que me había escapado del frenopático.

Yo solo quisiera que alguien tuviera en cuenta mis derechos. Hasta donde yo sé, y al menos hasta ahora, creo que estaban (mis derechos) por encima de los de los perros. Pero bueno, no quiero incordiar mucho no vaya a ser que estas líneas provoquen un comunicado oficial por parte de algún grupo político municipal acusándome de vete a tú saber qué barbaridades. Prometo contarlo si eso sucede.

Sólo quiero, finalmente, hacer un ruego. Que alguien me diga, por favor, que esto no sólo me pasa a mí, que existen otras personas que están en la misma situación que la mía, que ya no saben dónde empiezan las sendas peatonales, los derechos de las personas y los de los perros. Que es que me veo quedándome en casa, en chandal y playeros, eso sí, haciendo “largos” por el pasillo.

 

Avilés, 14 de febrero de 2018

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Sobre el autor

José María Urbano. Periodista. ExJefe de Redacción de La Voz de Avilés-El Comercio. Columnista de este periódico y director de AsturiasInnova+, el proyecto de divulgación de la innovación, la ciencia y la tecnología adscrito al Grupo El Comercio (Grupo Vocento). El relato de los hechos y los fundamentos de la opinión sólo pueden tener su base en el poder de los datos. En un mundo en el que imperan los clics, los shares, las notas teledirigidas, las ruedas de prensa sin preguntas y las declaraciones huecas en busca de un titular, hay que reivindicar el periodismo hecho por profesionales. Política, economía, cultura, deportes... la vida en general, tienen cabida en este espacio que pretende ir más allá de la inmediatez, la ficción y el ruido que impera apoyado en las redes sociales. El periodismo es otra cosa.


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