El gol, providencial, de Cervero el pasado domingo en el Tartiere fue el corazón azul subido a la cabeza que enmendó una derrota que hubiese sido desoladora. El gol en la tarde de ayer en el Carranza de David Fernández significó el corazón de todo el oviedismo disparado hacia ese cabezazo que puso, hasta el agónico y sufrido final, la eliminatoria favorable, situando al Oviedo en disposición de retomar el camino de esa gloria que, aunque aletargada, nunca desfalleció.
Algo más que un ascenso, mucho más: toda una justicia poética. El balón en el pie de Susaeta, dejándose querer, entregado a una seducción inevitable, seducción resultante de lo preciso, de lo exacto, por un punto de mira que proyecta de la cabeza a esa bota mágica que lanza el esférico en busca del gol, que lo envía a su destino, al destino de la justicia poética a la que acabo de referirme.
¿Cómo no emocionarse al saber que la gloria puede atisbarse de nuevo en el sentir del oviedismo? ¿Cómo no emocionarse recordando a todos aquellos oviedistas que tanto sufrieron en todos estos años metidos en el pozo de una categoría inmerecida? ¿Cómo no emocionarse ante el desquite que supone que, por fin, el oviedismo pueda sonreír y disfrutar? Aquí, en el oviedismo, también hay un nunca más, un nunca más que se niega a que nadie vuelva a arruinar toda una épica, toda una lírica, legendarias y gloriosas ambas.
Digo emoción y no es retórica. Digo emoción compartida con un amigo de infancia, compañero de escuela en Cornellana, al que, como a todos nosotros, generacionalmente hablando. abarataron y desbarataron los sueños. Nada más acabarse el partido, a los dos se nos rompió la voz al teléfono. Jose el de Cornellana es el oviedismo en estado puro, un oviedismo que reivindica con garra y hasta con rabia.
Volverá a soñar el Tartiere. Atrás se queda una humillación que se prolongó durante más de una década.
¡Hala, Oviedo!