Como bien sabe, don Gaspar, me alegré de su regreso a la vida pública asturiana, convencido de que, con su presencia por estos pagos, la mediocridad que nos ahoga iría a menos. Como bien sabe, (y perdone la obviedad) sólo nos pueden decepcionar aquellos de quienes esperamos algo. Como bien sabe, uno de los hechos diferenciales de la política asturiana vino marcado en los últimos años por el entusiasta apoyo que IU le vino prestando al PSOE y, en particular, al arecismo. Y cabía esperar que usted antepusiese las ideas a las siglas, los programas a los pasteleos. Y, sin embargo, se estrena usted, en lo que a periodismo declarativo se refiere, defendiendo con beligerancia todo lo que viene siendo costumbre en el Parlamento llariego tocante a privilegios y canonjías. Y, mire usted, es sencillamente injustificable que se puedan nombrar a dedo 43 asesores o ayudantes.
Acabo de escribirlo y me reitero en ello: un representante autonómico ha de tener un sueldo digno. Eso nadie va a discutirlo. Pero no es de recibo que puedan ser nombradas 43 personas a dedo por el conjunto de grupos parlamentarios, con cargo todo ello al sagrado dinero público. Mire, llevando la cosa al extremo, en el supuesto de que tal número de asesores fuera necesario, para los trabajos y los días de la Cámara autonómica, tocaría que esas personas accediesen a sus cargos por un sistema de concurso público abierto, más allá de endogamias y nepotismos. Mire usted por dónde, señor Llamazares, lo de los 43 cargos de confianza me remite –mutatis mutandis– a aquel esperpéntico episodio de los 69 asesores de Riopedre, de tan triste recuerdo. Por cierto, me permito al respecto hacerle mención a que fue Valledor el único parlamentario que entonces le pidió explicaciones a tan nefasto personaje.
Y, ante todo y sobre todo, lamento decirle que me resulta decepcionante y desolador que en su primera batalla política en Asturias se decante usted tan claramente a favor de que determinados privilegios de la mal llamada clase política sean intocables, inalterables y permanentes como aquellos Principios del Movimiento Nacional cuya mera mención respinga y produce sarpullidos.
Mire, ni entro ni salgo en otras críticas y desencuentros que mantenga usted con la formación de Pablo Iglesias, pero me parece deprimente que se enfrente a ellos cuando se plantean reducir los dineros destinados al mantenimiento de los aparatos de los partidos, dineros que se emplean, entre otras cosas, en elegir personas a dedo.
Mire, don Gaspar, que, en un momento como éste, marcado por el paro y los recortes, por una desigualdad que no hace más que incrementarse, se muestre usted inmovilista a la hora de defender privilegios y sinecuras, y que lo haga además con argumentos insostenibles, supone una decepción que frustra las expectativas de quienes esperábamos que su guerra fuese aquí muy otra.
Insisto, señor Llamazares, ¿qué hay de rebatible en sostener que los parlamentarios tengan un sueldo digno, pero que no haya estipendios extras para nombrar amigos y familiares con el sagrado dinero público?
¿La izquierda era esto, don Gaspar? Le aseguro que me duele, a tenor de sus postulados, tener que preguntarle estas cosas, precisamente a usted.