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Luis Arias Argüelles-Meres

Desde el Bajo Narcea

Recuerdos de Oviedo: Santa Susana 27, 7º izquierda

 Lo que le concedemos a la memoria quizá se lo quitamos a la especulación » . ( Francisco Umbral).

« No hay melancolía sin memoria ni memoria sin melancolía » . ( Proust).

ÁLEX PIÑA

 

1970 fue el año en el que nos mudamos a vivir a la calle Santa Susana número 27, al lado de los Carmelitas y muy cerca de la Plaza de España. Flanqueados estábamos, pues, no sólo por el poder espiritual, sino también por el temporal. Era entonces gobernador civil Mateu de Ros. Y aquel año, según los recuerdos que iré desgranando a lo largo de este texto, fue mucho más pródigo en acontecimientos que prodigioso en lo sucedido.

Fue, en efecto, el año del Consejo de Burgos. Fue, en efecto, el año en el que, en medio del escándalo que aquello estaba causando, ETA secuestró el cónsul alemán en San Sebastián. Fue el año que inició una década, cuya estética no fue precisamente memorable en lo tocante a aquellos pantalones acampanados, a aquellas patillas de fandango, a aquellos zuecos que daban miedo, a aquellos papeles pintados de las casas abigarrados de floripondios, a aquellos coches ruidosos que tanto se oxidaban, a aquel cine de españoladas casposas que perduraba, y así un largo etc.

Fue también el año en el que di un estirón que anunciaba la adolescencia. Y, como se sabe, todo crecimiento, incluido el físico, tuvo su precio, sobre todo en melancolía.

Mudanza en la vivienda e inicio de una década que, acaso más que otras, resultó, con sus grandezas y miserias, decisiva. Mudanza que coincidió con una década en la que surgió un término que desde entonces es permanente en nuestras vidas. Me refiero a la crisis del petróleo que se produjo en los inicios de los 70. Y desde entonces nos acompaña el término. Acaso aquella fue la madre de todas las crisis: crisis de fe, crisis de identidad, crisis políticas, crisis amorosas, crisis ideológicas. ¡Cuántos partos tuvo y sigue teniendo la susodicha crisis, Dios mío!

Nuestra nueva casa estaba en la séptima planta, a la izquierda. Sus vistas, desde la terraza, desde el salón y desde el despacho de mi padre eran tan hermosas como balsámicas. Se veía el Campo de San Francisco desde lo alto. La primera sensación que tuve al asomarme a la terraza fue la de sentirme muy cerca de haber trepado hasta lo más alto de aquellos árboles que tanto y tanto imponían. Asomarse allí relajaba y templaba los ánimos. Se diría que uno se emplazaba en lo alto de los árboles, para ver la inmensidad, para desoír ruidos y furias.

Luz, mucha luz. Y, al igual que en la plaza del Carbayón, todo estaba muy cerca, no sólo esos dos grandes poderes a los que antes aludí, sino también lo más frecuentado. El primer encuentro de la mañana, al salir de casa, no era el lechero, sino el jardinero de un chalet que estaba en la Calle Santa Susana, casi haciendo esquina con CalvoSotelo. Un jardinero que faenaba en compañía de algunos gatos que probablemente sobrevivieron a los últimos habitantes del palacete. Era el encuentro mañanero con un instante de paz.

La parte posterior de nuestra nueva casa daba a la calle Santa Teresa. Desde allí, se veía lo que quedaba del ‘Campo Maniobras’, donde todavía se jugaban partidos de fútbol. Pero lo más significativo era lo mucho que se estaba construyendo por aquellos lares, que ya se sabían destinados a convertirse en una de las zonas residenciales con mayor raigambre en Vetusta.

Fue también el año, acaso por tantos cambios, que me resultó más efímero de los que hasta entonces había vivido. Pasó muy pronto el invierno. Y llegó con prisas el nuevo curso, un nuevo curso, cuyo final de trimestre resultó trepidante en lo que a la vida pública se refiere.

Y, por otro lado, en aquel final de trimestre, fue decisiva la presencia de la radio, pues determinadas emisoras extranjeras daban cuenta, fuera de la retórica oficial, de lo que en verdad era la España de aquel momento. Se oía con nitidez ‘Radio París’, que salía al paso de lo que aquí adentro se interpretaba como una campaña antiespañola promovida, claro está, por el comunismo internacional y la siempre diabólica masonería.

No obstante, cuando se conoció la sentencia del proceso de Burgos, creo que un día de Navidad, nunca olvidaré los comentarios laudatorios al régimen y a la generosidad del invicto caudillo en la radio oficial. Ya entonces se veía que determinadas personas famosas rendían tributo al poder, determinadas personas que, en muchos casos, a la vuelta de pocos años, no tardarían en declararse demócratas de toda la vida.

Frío, mucho frío, el de la España oficial, el de aquellos telediarios de última edición que, como no se madrugaba, veía por la noche. Frío, mucho frío, en la Plaza de España de Oviedo, con un Mateu de Ros que, según se contó entonces, repasaba su discurso antes de pronunciarlo, ante unos manifestantes patrióticos que allí se habían concentrado para dar sus vivas el régimen. Frío, mucho frío, el de las noticias que venían de los descontentos que tenían lugar en Polonia.

Frío, mucho frío. Esa humedad que no se marcha por falta de sol y que queda como huella de la helada de la noche anterior. Frío, mucho frío, el de las consignas oficiales. Frío, mucho frío, el que provenía de lo que estaba sucediendo en el País Vasco. No se avistaban primaveras colectivas. Santa Susana, 27, año 1970. Oviedo no dormía en aquel invierno su inveterada siesta. Más bien, podría decirse que sufría el letargo de todo un país condenado a vivir una dictadura que se prolongaba no sólo contra los designios de aquellos tiempos, sino también contra la vitalidad y la alegría.

El Campo de San Francisco acusaba también aquellos fríos y soledades. La retórica oficial era cadavérica. Mateu de Ros representaba al régimen. Por el paseo de los curas, lo que más se veía eran frailes. El jardinero del chalet de Santa Susana apenas tenía que pelearse con una maleza que no nacía. Y los gatos que lo acompañaban apenas encontraban tiempo y espacio para solazarse.

Frío, mucho frío, en aquellas Navidades de 1970.

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Sobre el autor

Luis Arias Argüelles-Meres es escritor y profesor de Lengua y Literatura en el IES "César Rodríguez", de Grao. Como columnista, publica sus artículos en EL COMERCIO sobre,actualidad, cultura, educación, Oviedo y Asturias. Es autor de los blogs: Desde el Bajo Narcea http://blogs.elcomercio.es/desde-el-bajo-narcea/ Desde la plaza del Carbayón http://blogs.elcomercio.es/panorama-vetustense/


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