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Luis Arias Argüelles-Meres

Desde el Bajo Narcea

Lo que queda de Franco (y del franquismo)

«Siempre somos responsables de lo que no tratamos de impedir». (Sartre).

«Franco madruga mucho y enseguida le afeitan. Fácil, porque es de poca barba, aunque muy negra. Lo más delicado, el bigotillo, un bigotillo entre Hitler y Chaplin, un bigotillo que se insinúa, que manifiesta una personalidad o la oculta en la indecisión. A los hombres se les conoce por el bigote como a las mujeres por la manera de pintarse la boca. O de no pintársela». (Francisco Umbral).

Franco lleva cuarenta años muerto tras haber gobernado el país durante casi cuatro décadas, inquietante coincidencia. Y, al tiempo que eso sucede, estamos en vísperas de unas elecciones generales, que, en no poca medida, parecen destinadas a formar unas Cortes constituyentes. Así las cosas, es ineludible plantearse hasta qué extremo la huella del franquismo sigue presente. Y no perdamos de vista algo muy esencial: la transición saldrá mejor o peor parada en la medida en que se considere que, a día de hoy, el franquismo sólo es historia, o que, antes al contrario, se saque en conclusión que aquí hubo una continuidad, más o menos lampedusiana, de aquel régimen dictatorial.

Todo el mundo que vivió aquello no olvidará nunca la omnipresente dicotomía que se planteaba en el debate público entre reforma y ruptura. Los hechos confirman que se optó por lo primero y que, desde esa aceptación más o menos explícita de la mayoría de los partidos políticos, se llegó a las primeras elecciones de 1977, en las que hubo un partido político cuyos principales dirigentes fueron ex ministros de Franco. Vendría a continuación el periodo en el que gobernó UCD, partido que fue creado para hacerle sitio al principal artífice de aquella transición, es decir, a Adolfo Suárez.

Pero, tras el declive de Suárez, que dimitió cuando en su partido se le hizo inviable seguir gobernando, vino el 23- F en el 81. Y, poco más tarde, el irrepetible y apoteósico triunfo del PSOE liderado por Felipe González en 1982. Ése fue el momento de la ruptura, ése fue el momento en el que la sociedad española le confió al partido fundado en su día por Pablo Iglesias la tarea de iniciar una nueva etapa política y dejar para siempre atrás no sólo las amenazas golpistas, sino también lo que quedaba del franquismo. No es éste el momento de analizar la larga etapa de González al frente del Gobierno español. Baste con decir que en modo alguno se llevó a cabo aquella ruptura que, en teoría, el PSOE había defendido desde la muerte del dictador. El PSOE, lejos de llevar a cabo un proyecto de izquierdas para España, aun estando respaldado electoralmente para ello, se decantó por hacer de Sagasta en una especie de Segunda Restauración borbónica, en la que los partidos ‘turnantes’ cada vez se parecían más. Ahí estuvo, sin duda, la oportunidad perdida de una ruptura que no se llevó a cabo.

Pero volvamos al momento mismo en que se produjo la muerte de Franco. Como escribí en más de una ocasión, los clamores que pedían amnistía y libertad llenaban las calles, olvidando que amnistía y amnesia tienen la misma raíz etimológica, olvidando también que no era precisamente la España exiliada y represaliada la que tenía que implorar perdón alguno.

Regresaron, sí, exiliados muy ilustres, desde Sánchez Albornoz a Rafael Alberti. Salieron de las catacumbas de la oposición líderes políticos históricos. Y regresaron veteranos dirigentes como Santiago Carrillo. En lo que se refiere a los primeros, tengo para mí que muchos pudieran hacer suya la frase que en su momento pronunció Max Aub, cuando volvió a pisar suelo español, aún en vida de Franco: «He venido pero no he vuelto».

Tras la muerte de Franco, tocaba recuperar las libertades y apostar por una reconciliación, reconciliación que ya existía en gran medida, pero que necesitaba un marco político en el que se escenificase, es decir, un régimen democrático.

¿Y qué pasó, y qué sucedió? En la memoria estaban los horrores de la guerra, así como la extrema dureza represiva de la posguerra. En cuanto a lo primero, siendo innegable que se cometieron asesinatos infames en ambos bandos, la diferencia, que sigue siendo una de las grandes asignaturas pendientes de la democracia en España, estriba en que, mientras que fueron reconocidas las víctimas del lado vencedor con todos los reconocimientos oficiales, quienes sufrieron represión, muerte, cárceles y exilio fueron tratados como inexistentes y, a día de hoy, hay quienes se siguen oponiendo a que se rescate y se dignifique su memoria. El sistema político nacido de la Transición aún tiene pendiente reconocer a la España errante y represaliada a resultas de una de las dictaduras más largas y cruentas que en el siglo XX han sido.

Por otro lado, cuarenta años después de la muerte de Franco, es tiempo ya de que no sea un tabú abrir el debate sobre la forma de Gobierno, es decir, sobre la República, asunto sobre el que el pueblo español no tuvo oportunidad de pronunciarse en un referéndum.

Y, en otro orden de cosas, sociológicamente hablando, no pocas veces da la impresión de que hay comportamientos corporativos que recuerdan al sindicalismo vertical, así como caciquismos que parecen toda una continuidad del régimen anterior.

Lo que queda de Franco (y del franquismo). Mientras que el principal partido de la derecha española es hasta el momento una formación política fundada y refundada por un exministro del dictador, ni en Francia tuvo sitio nadie vinculado a Petain, ni en Alemania, a Hitler, ni en Italia, a Mussolini. Si esto no es atípico, que venga Dios y lo vea.

Y, por último, nunca me cansaré de repetir que la mejor España en lo intelectual, en lo científico, en lo literario y en lo artístico, formó parte activa y cómplice del único Estado no lampedusiano de nuestra historia contemporánea, esto es, de la tan denostada Segunda República.

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Sobre el autor

Luis Arias Argüelles-Meres es escritor y profesor de Lengua y Literatura en el IES "César Rodríguez", de Grao. Como columnista, publica sus artículos en EL COMERCIO sobre,actualidad, cultura, educación, Oviedo y Asturias. Es autor de los blogs: Desde el Bajo Narcea http://blogs.elcomercio.es/desde-el-bajo-narcea/ Desde la plaza del Carbayón http://blogs.elcomercio.es/panorama-vetustense/


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