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Luis Arias Argüelles-Meres

Desde el Bajo Narcea

El eterno laberinto español

«Antes de la guerra de 1914, España se gobernaba a sí propia a pesar de sus políticos, prosperaba, se afirmaba en su fe y esperanza. Cierto que los políticos estorbaban, pero no valía la pena romper la jornada y hacer alto en el camino para corregir este estorbo. Pero estalló la guerra, llegó para España, como para todos los pueblos, el periodo de transición, de éxodo difícil. Revelóse a la luz la funesta incompetencia de los gobernantes, y lo que no era sino estorbo pasó a ser insoportable y maldita pesadumbre». (Pérez de Ayala).

España en su laberinto, España en su bucle, infinito y melancólico. España en su encrucijada, que tanto se repite. Este país tiene ante sí un sinfín de embrollos, que empiezan por un Gobierno en funciones presidido por un candidato a repetir en el cargo, a pesar de haber sido el partido que más votos perdió con respecto a la convocatoria anterior. A ello debe sumarse la inminente constitución de un Parlamento cuya fragmentación no pone nada fácil conformar coaliciones sólidas, aritméticamente hablando. Y, por si todo ello fuera poco, el llamado problema territorial ahí está tras una investidura ‘in extremis’ de un nuevo presidente en Cataluña. Como coda, no hay que perder de vista los vaivenes continuos que la vida pública sufre a resultas de escándalos de corrupción que sientan en el banquillo de los acusados a políticos, a sindicalistas e incluso a toda una infanta del reino de España. Laberinto español, digo, que, en este caso no sólo presenta dificultades por su endiablado itinerario a la hora de recorrerlo, sino también por un hedor a caciquismo y simonías varias.

Ante lo que está sucediendo en Cataluña, donde el Parlamento, tras ciertas negociaciones un tanto pintorescas, a decir verdad, decide investir a un presidente que declara su inequívoca intención de seguir la hoja de ruta soberanista. ¿Ante ello es suficiente la respuesta de que se hará cumplir la ley? ¿Nadie va a tener en cuenta que se hace necesario analizar las causas de un independentismo creciente, intentado alcanzar acuerdos antes de que llegue lo irreversible? Cierto es que la necesidad de buscar acuerdos no sólo es de una parte, puesto que las llamadas fuerzas soberanistas también deberían pensar que hay un amplio sector de la ciudadanía catalana que no se decanta por esa opción. No sólo se trata de un asunto entre Cataluña y España, sino también de un asunto interno catalán en el que ningún sectarismo sería de recibo democráticamente hablando.

España en su laberinto. Un Rajoy que está a la desesperada casi rogando apoyos para seguir gobernando. Un PSOE que cosechó un pésimo resultado electoral al que le toca pensar seriamente en un cambio de rumbo y de discurso. Unas fuerzas políticas emergentes que, sin haber derrotado definitivamente al bipartidismo, están obligadas a demostrar hasta dónde llega su voluntad de diálogo por el interés general.

En el caso de que no se repitan las elecciones, lo que parece fuera de duda es que el próximo Parlamento español será –‘velis nolis’– constituyente.

Y, en cuanto a las llamadas líneas rojas de los unos y los otros, si de verdad han sabido leer el mensaje de la ciudadanía, lo que está claro es que toca una regeneración que vaya más allá de la retórica, una regeneración que pasa por mostrar una voluntad inequívoca de que se acaben los privilegios de la mal llamada clase política.

A ellos hay que añadir la necesidad de mostrar altura de miras ante asuntos de Estado, empezando por la vertebración territorial, sin dejar de lado la necesidad de un sistema educativo con el mayor grado de consenso posible, sin orillar tampoco la obligación de mantener el Estado del bienestar poniendo freno a una desigualdad creciente.

La dicotomía no sólo está (aunque también) entre la vieja y la nueva política, sino que va más allá de ello si se tiene en cuenta que tocan grandes reformas. Y, a este propósito, llegó la hora de que todas las instituciones y partidos den la medida justa de su efectividad.

Lo que se está viviendo ahora en España no se encuentra muy lejos de aquello que Ortega imploró en su artículo más influyente cuando planteó sin paños calientes la necesidad de reconstruir el Estado, de reconstruir España.

Toca algo similar –‘mutatis mutandis’– 85 años después.

Por último, en cuanto a la cita de Pérez de Ayala que encabeza este artículo, si, en lugar de la Guerra del 14, hablamos de la actual crisis económica, su actualidad es asombrosa e inquietante.

¿Verdad que sí?

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Sobre el autor

Luis Arias Argüelles-Meres es escritor y profesor de Lengua y Literatura en el IES "César Rodríguez", de Grao. Como columnista, publica sus artículos en EL COMERCIO sobre,actualidad, cultura, educación, Oviedo y Asturias. Es autor de los blogs: Desde el Bajo Narcea http://blogs.elcomercio.es/desde-el-bajo-narcea/ Desde la plaza del Carbayón http://blogs.elcomercio.es/panorama-vetustense/


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