Para el coordinador de IU en Asturias, el discurso de fin de año de Javier Fernández fue «autocomplaciente, previsible y decepcionante». A mi juicio, fue, sobre todo, un paso más en su ritual de despedida que comenzó tras el resultado de las primarias en el PSOE. Veamos: doy por hecho que cumplirá su mandato hasta 2019, lo que no impide que se vea ya en la fase final de su trayectoria política. Y el tiempo que queda hasta las próximas elecciones autonómicas y municipales será un cumplimiento del deber. Nada más y nada menos. De principio a fin, en la música y la letra de su discurso, la despedida estuvo omnipresente. Enumeró los que son, a su juicio, los retos más importantes de Asturias, entre ellos, el declive demográfico, cuya solución, según manifestó, depende ante todo de España y de Europa. Apostó por la importancia de la industria en Asturias y pidió flexibilidad con la minería del carbón.
Si bien manifestó su preocupación ante las consecuencias del cambio climático, no pareció estar muy alarmado por los altos índices de contaminación en determinadas localidades de Asturias, ni tampoco planteó un fuerte empeño en que se termine la obligada emigración de los jóvenes ante la tesitura de una tierra que apenas les ofrece opciones de puestos de trabajo acordes con su formación.
Javier Fernández y la vieja política. Un matiz: no estoy totalmente convencido de que la nueva FSA sea tan nueva política como a sí misma se reclama. No descarto que pueda haber en esto su no sé qué lampedusiano. No obstante, por razones generacionales e ideológicas, lo que Javier Fernández representa es la vieja política, el bipartidismo, el inmenso poder del SOMA en Asturias, su entendimiento con el PP que llegó hasta los anteriores presupuestos, su apuesta, en el ámbito estatal, por el PSOE más conservador, sin que ello signifique que los nuevos dirigentes del partido sean, de verdad, tan izquierdistas como se autoproclaman.
No hubo tampoco en el discurso de Javier Fernández una apuesta concreta de futuro en la que manifestase entusiasmo alguno. No hubo palabras que nos hiciesen pensar en que está dispuesto, en la medida de sus posibilidades, a que se frene la decadencia en las alas, a que se intenten corregir las desigualdades en servicios públicos que se sufren en esos territorios que forman parte de la geografía del abandono.
Javier de despide sabedor de que a la política asturiana y española llegan otros tiempos y otros discursos, sabedor, por tanto, de que su tiempo se está acabando. En tales circunstancias, el tiempo que le queda al frente del Gobierno asturiano será, como dije más arriba, un cumplimiento del deber.
Así las cosas, no cabe esperar que, en lo que le queda de mandato, «lo mejor esté por venir».