García Arias, como es costumbre en él, habló con total nitidez en la presentación de su última obra académica en el Paraninfo de la Universidad. En efecto, con el apoyo de su “Diccionariu Etimolóxicu de la Llingua Asturiana”, en el que se da cuenta del origen de las palabras de nuestra lengua, se puede decir muy alto y muy claro que aquí no hay invento alguno, que nuestro léxico se forma y se conforma al igual el del resto de los idiomas, con las evoluciones propias de una lengua romance, con las incorporaciones de términos procedentes de otras lenguas que nos son cercanas, con el andamiaje fonético que nos caracteriza.
Un idioma que no existe no puede nutrirse de palabras de otras lenguas. Un idioma que no existe no tiene historia, no tiene diacronía. Un idioma que no existe no puede contar con obras literarias de envergadura, como es nuestro caso. Un idioma que no existe no atesora palabras que nombran a las cosas de este mundo. Un idioma que no existe no puede tener vida más allá del papel en el que supuestamente se inventó.
Cuadraturas del círculo. Los mismos que aseguran que el asturiano no existe argumentan, sin pestañear, que es muy plural, que hay variantes en cada valle y en cada pueblo. O sea, que, con su negación, sin saber la dialéctica hegeliana, no hacen más que afirmarlo, pues las variedades diatópicas no hacen más que fortalecer la vida de una lengua.
Argumentos falaces. Arguyen que es mucho más pragmático aprender una lengua moderna que estudiar asturiano. Y resulta que el bilingüismo desde pequeños potencia el aprendizaje de otros idiomas. Y resulta que en las comunidades bilingües el conocimiento que se alcanza de cualquier lengua europea no es inferior al que atesora el alumnado de una comunidad monolingüe.
Hablemos de invenciones. Sin duda, el lenguaje es uno de los grandes inventos de la humanidad. Y, sin duda, aquí ningún académico inventó el término “figal”, pues viene del latín y está más cerca de la lengua de Virgilio que el correspondiente vocablo castellano. Sin duda, toda lengua es capaz de crear nuevas palabras. De no hacerlo, no estaría viva.
Una pregunta ingenua: ¿Alguien rechaza, con autoridad filológica, con rigor académico, el término castellano “vivencia”? Y es que, miren ustedes, esa palabra la inventó Ortega y Gasset traduciendo a Dilthey. Y, en ese sentido, cabe aumentar el léxico aportando nuevas palabras, bien desde ámbitos académicos, bien desde disciplinas concretas, no necesariamente filológicas, bien desde la propia comunidad de hablantes.
No, no digan que el asturiano es un invento. No protesten airadamente en un espectáculo de ópera cuando desde la megafonía se lance un mensaje en asturiano. ¿O es que los hablantes de asturiano no son merecedores de disfrutar de la ópera?
¡Ay!