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Alejandro Carantoña

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Total normalidad

Que se halla en su estado natural, dicho de una cosa, es que se ajusta a la «normalidad». Lo dice la Real Academia en su Diccionario, ese best-seller que aún esta semana se veía obligado a defender el director de la institución, Darío Villanueva, ante algunos esfuerzos por que la RAE trampee acepciones vergonzosamente asentadas (como la de «gitano» equiparado a «trapacero»). Venía a decir Villanueva que el Diccionario es una obra descriptiva, y que por tanto ha de dar cuenta de «todas las palabras que existen» y no solo de las bonitas. De lo contrario, hablaríamos de «censura», según Villanueva. Hay que tratarlo, pues, con «normalidad».

Como planteamiento es refrescante, pero obvia que una obra como el Diccionario de ideas afines de Fernando Corripio está proscrito por muchos colegas de profesión, a pesar de su calidad general, por lindezas como las asociadas al concepto de «Homosexual», que incluyen «Invertido», «Desviado»,«Nefandario»… y «total normalidad».

O sea que no es normal. Y decir de la homosexualidad que no es «normal» no deja mucho lugar a debate: es una burrada catedralicia aunque solo sea por pura estadística. Pero habría que preguntar, en relación a este asunto, cuántos ciudadanos consideran esta opción “normal». Y posiblemente los resultados darían, como poco, miedo: puede entonces que Corripio no estuviera lanzando un órdago ideológico, sino reflejando otra vergüenza en la idiosincrasia patria.

Este ejemplo es extremo, es verdad, pero nos sirve de puerta de entrada para plantear la cuestión en todo su alcance: ¿Qué es, pues, «lo normal»? Porque en apariencia normal es casi todo y, «total normalidad”, un sintagma tan asentado (y, ejem, expresivo) como los consabidos marcos incomparables. Visto el tino de la RAE a la hora de dar una definición de lo “normal”, por lo pronto tendremos que apañárnoslas solos para dar con su contenido exacto.

Una búsqueda rápida por la prensa de los últimos días revela que lo «normal» igual no lo es tanto, porque «total normalidad» es la coletilla que sigue, rodea y recubre la salida de Bárcenas de la cárcel y todo el meollo que rodea a la causa en la que anda metido; «total normalidad» es la que reina en el Palau de les Arts de Valencia, dice la consejera de Cultura, después de que el martes pasado la Fiscalía Anticorrupción ordenase entrar a saco en el coliseo lírico y detuviese a sus máximos responsables; «total normalidad» es la que impera también en el Montepío de la Minería asturiana tras el ciclón Villa y compañía; y «total normalidad» era la que había, finalmente, en el PP de Gijón hasta antesdeayer, cuando un juez tumbó el último congreso celebrado.

La normalidad, naturalidad o como se le quiera llamar es un concepto que entre los unos y los otros se han ocupado de arrinconar en un callejón apartado y vapulearlo hasta dejarlo sin sentido. Esto, sumado a cierta mojigatería lingüística y desorientación generalizada, nos está dejando sin un punto de referencia quizás equivocado, pero bastante necesario: deberíamos decidir de una vez por todas qué es «lo normal», porque si es esto, vamos de cráneo. Otrosí, pensándolo bien, no hay que obviar que «lo normal» probablemente resulte ser sereno, plácido o tranquilo. Pausado, meditado. Aburrido, casi: y eso, se mire por donde se mire, sí que está perfectamente descartado de nuestra idiosincrasia. Será que no somos normales…

[Este artículo apareció publicado originalmente en la edición impresa de El Comercio del día 25 de enero de 2015.]

Sobre el autor

Letras, compases y buenos alimentos para una mirada puntual y distinta sobre lo que ocurre en Asturias, en España y en el mundo. Colaboro con El Comercio desde 2008 con artículos, reportajes y crónicas.


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