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Alejandro Carantoña

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Quien mató a Rambal…

Hoy hace cuarenta años que alguien mató a Alberto Alonso Blanco. Es decir, a Rambal. Era domingo de Resurrección y eran las dos de la madrugada del incipiente lunes: en su casa, en lo que hoy es la plaza de Arturo Arias —el Lavaderu, vaya— alguien lo acuchilló hasta matarlo y luego le prendió fuego a la casa.

Los (pocos) datos conocidos ya han sido exprimidos hasta la exasperación sin que haya sido posible dilucidar quién mató a esa institución gijonesa, tal y como recordaba Olaya Suárez en las páginas de El Comercio de este domingo. Quizás la noticia a día de hoy, entonces, sea que nunca lleguemos a saber quién mató a Rambal. Ni por qué: quizás nunca reconstruyamos, pues, ese Gijón subterráneo y sugerente que aún no tiene un relato fraguado. La leyenda se ha visto agrandada por este motivo, aunque muchos jóvenes no hayan oído hablar de ella. Como escribía Luis Miguel Piñera en Raros, disidentes y heterodoxos (KRK):

 

Lo cierto es que la rumorología hablaba desde el primer momento de un asesino homosexual perteneciente a la clase alta de la ciudad, de un joven de unos 25 años «hijo del regidor de una villa asturiana», de un portugués, de un joven forastero que preguntó por Rambal en Cimavilla el día antes…

 

La casa ya no existe. El personaje ya no existe y el barrio, si me apuran, tampoco existe: al recién llegado a Cimavilla no lo recibe el menor atisbo de lo ocurrido y lo vivido en este barrio. A los pocos meses se empieza a percibir la vida que transpira, y su historia y maneras empiezan a calar con el primer invierno. Con la sobriedad jocosa de la cuaresma y la calidez del amagüestu, ya es fácil hacerse una composición de lugar completa. Y surgen las preguntas de fondo: ¿Por qué hay un edificio enorme y abandonado en mitad del casco antiguo? ¿Por qué la casa del chino se llama así? ¿Por qué en lo que era una pescadería brillante ya solo se pueden pagar multas y hacer trámites?

La antigua Tabacalera, derruida. Foto: Luis Sevilla/El Comercio.

A tenor de lo leído, Rambal encarnaba un barrio que envejece y que, cuentan, ya no es el que era: reivindicamos nuestras termas romanas y nuestro mar y nuestra gastronomía presuntamente excelente, pero muy pocos de nuestros visitantes saben de la raigambre del Antroxu, del patrimonio oculto y pasado y, en general, de cierto capital humano que tiene mucho que ver con el carácter norteño, marino, huraño, amable, guasón, rudo, decidido y peleador del barrio y de sus gentes. De sus rambales, por ejemplo.

La no reivindicación de su figura y la escasez de documentos al respecto (¿dónde está la gran película?) explica, en gran medida, las dificultades que seguimos arrastrando para poner en marcha algo tan fácil como sería resucitar la Tabacalera y derribar el muro que separa la ciudad del cerro.

Xixón Sí Puede (marca local de Podemos) quiere crear una comisión para revitalizar el barrio, algunos artistas y músicos tratan de impulsar una plataforma para convertir el edificio de Tabacalera en una contribución viva al barrio, y el PP de Gijón considera, por su lado, que lo mejor que nos podría ocurrir es que Tabacalera se convirtiese en un hotel de cinco estrellas. Los museos son un gasto, dicen, y un hotel sería un buen negocio, dicen. Lo dudo.

En cualquier caso, el debate lleva encallado demasiado tiempo. Y posiblemente sea porque a los «raros o disidentes» como Rambal se los saca de ese debate (no se habla de ellos, no se los ensalza, como si fuesen paseantes en lugar de fuerzas vivas), mientras que los unos y los otros tratan de moldear el carácter de la ciudad.

El inefable carácter playu no es propiedad de nadie. De ningún partido, de ninguna ideología: es propiedad de la ciudad y de quien la construye, que no es más que quien la habita. Esto, que tan a menudo se olvida, ha implicado que el lado más odioso de las convicciones se haya ido apropiando, por turnos, del patrimonio de la ciudad: desde sus calles y sus nombres hasta su patrimonio industrial y su historia; desde sus ilustres (Jovellanos) hasta sus fiestas e hitos (Festival de Cine, Antroxu, Semana Grande…) Embarrancamos demasiado en lo irrelevante y no rascamos en lo sustancial: Que quien mató a Rambal mató bastantes más cosas.

Sobre el autor

Letras, compases y buenos alimentos para una mirada puntual y distinta sobre lo que ocurre en Asturias, en España y en el mundo. Colaboro con El Comercio desde 2008 con artículos, reportajes y crónicas.


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