Por fin la lluvia (¡bendita lluvia!) ha aparecido para apagar los últimos rescoldos de los incendios que han asolado Asturias y, en especial, nuestra comarca los pasados días. El paisaje que queda detrás es absolutamente desolador y el futuro por delante muy incierto, incluso a corto plazo, el agua que ha caído sólo ha aliviado temporalmente la sequía y, si ésta persiste, el peligro volverá enseguida. Porque hemos controlado las llamas, pero estamos muy lejos de controlar la barbarie que hay detrás de ellas. Los desalmados/descerebrados causantes de los fuegos intencionados siguen libres e impunes y esperan, como terroristas ocultos, con la cerilla preparada para la próxima ocasión.
Y es que, teniendo en cuenta las vidas que se pierden, las pérdidas materiales que causan y su efecto sobre la sociedad, los incendios intencionados deberían ser considerados como una forma de terrorismo y combatidos con la misma firmeza y unidad que las otras formas. Los pirómanos son, por supuesto, los únicos culpables de los daños producidos. No hay justificación posible para semejante destrucción y, menos aun, míseros intereses económicos que, en el mejor de los casos, acabarán siendo pan para hoy y hambre para mañana. Pero no dejemos que eso nos haga olvidar nuestra responsabilidad en evitar que lo puedan volver a hacer. El rechazo social y la colaboración ciudadana han de ser el primer paso para acabar con esta lacra.
El segundo paso corresponde a los dirigentes políticos, sindicales y de asociaciones, directamente implicados. Y lo primero que hay que exigirles, como con el terrorismo, es unidad. Este tema debe de ser dejado fuera de la lucha partidista. El espectáculo que hemos tenido que soportar estos días viéndolos correr detrás de los micrófonos para intentar arrimar el ascua a su sardina mientras la gente sufría viendo peligrar su sustento ha sido lamentable y no debería repetirse. Consenso y no palabrería es lo que hace falta. La lluvia (¡bendita lluvia!) puede apagar los fuegos, pero no puede lavar nuestros pecados, aun los de omisión, ni evitarnos una larga penitencia.