Actualmente los palacios enclavados en el centro urbano de Avilés cumplen funciones totalmente alejadas de las de ser residencia familiar con el que fueron construidos por sus dueños. La excepción, ahora mismo, es el de Maqua (situado en la calle de La Cámara) la mayor parte de cuyas instalaciones llevan cerradas tres años.
En 1979, cuando se constituyeron los ayuntamientos democráticos, en Avilés una de las más alabadas políticas, llevadas a cabo por diferentes gobiernos locales fue la de ir adquiriendo edificios de notable valor arquitectónico o histórico.
El Ayuntamiento incrementó su patrimonio con inmuebles de excelente factura artística para darles uso público, al instalar en ellos diversos servicios municipales. De esta forma garantizó su supervivencia. Y los democratizó, por decirlo de alguna manera, al ligar el concepto de patrimonio con el de utilidad social.
Arias de la Noceda (en la calle Galiana) alberga los Servicios Sociales municipales, el de Victoriano Balsera el Conservatorio de Música, Valdecarzana es la sede del Archivo Histórico y el de Maqua también acogió servicios municipales.
Al comenzar el siglo XXI Camposagrado, en estado calamitoso, fue regenerado al convertirse en sede de la Escuela Superior de Arte del Principado de Asturias. Una operación en la que jugó un relevante papel el Ayuntamiento avilesino, como también lo hizo, aunque de otro modo, en la reconversión del palacio de Ferrera en un hotel de lujo.
Todos ellos –incluido el de García Pumarino, o Llano Ponte, que ya llevaba décadas dedicado a la exhibición cinematográfica– siguen ‘en activo’, excepto el de Maqua, como decía.
Maqua es apellido de origen navarro, que se diversificó por el mapa mundi y una de cuyas ramas tomó protagonismo social en Avilés cuando un Maqua, importante comerciante indiano, casado con mujer de familia noble, edificó su casa en la, entonces naciente, calle La Cámara (y ahí sigue, con un polémico añadido). Se trata de un edificio, donde destacan el generoso alero y un escudo relacionado con el marqués de Campoameno y González del Valle, familiares de la esposa de aquel Maqua.
Su nieto, el primer marqués de San Juan de Nieva (Francisco Javier de Maqua Pozo), fue quien encargó en 1855 la construcción de una casa-palacio, lindante con la anterior de su abuelo paterno. Es lo que hoy conocemos como palacio de Maqua y que atravesó por diferentes aventuras en cuanto a habitabilidad.
En 1923, el inmueble fue alquilado y convertido en sede de un conocido colegio religioso (‘El Santo Ángel’) hasta que en la década de los setenta, el Ayuntamiento (como quedó dicho) lo adquirió, llevando a cabo dos rehabilitaciones, una en 1983 y otra en 1997.
De marcado estilo neogótico, muestra hacia las calles de La Cámara y Cabruñana espléndidos miradores. En el patio interior, de tres alturas, las galerías lucen un labrado en madera (al igual que los miradores externos) extraordinario. Una labor artística, la del patio, que yo siempre conocí materialmente tapado por el venenoso excremento de las palomas, al que parece que nunca se le puso remedio efectivo.
Al margen de esto y en la margen derecha de la Ría, a finales del siglo XIX la familia Maqua, tuvo la propiedad de un pabellón de baños (en realidad un chalet y hoy en penosa ruina) conocido como de Maqua y que tuvo un efecto mágicamente terminológico. Dio nombre a todo lo que hay a su alrededor: un polígono industrial, una depuradora de aguas y hasta una marisma, que ya es decir.
El palacio, de la calle La Cámara, sigue sufriendo el bombardeo de palomas y gaviotas y encima le han aparecido humedades, en el momento más inoportuno ya que el Ayuntamiento lo ha puesto a la venta.
Humedades y aves, ya ves. Si el conocido refrán dice que «quien con niños se acuesta, meado se levanta», no por desconocido ha de ser menos certero el que sentencia que «quien de palomas no se protege, ‘cagatus est’ amanece».
El palacio de Maqua está declarado, desde el 3 de octubre de 1991, Bien de Interés Cultural con categoría de monumento ¿A que dá cosa?