Cuando Armando Fernández Cueto, con 12 años de edad, comenzó a trabajar, como chico para todo, en el taller de carpintería que el industrial Galo Somines tenía en Las Meanas –entonces a las afueras de Avilés– corría el año 1869.
Contaba la villa con poco más de siete mil habitantes y la industria que generaba más empleo era la Real Compañía Asturiana, que aquel año construía un poblado de viviendas en Arnao, el primero en la historia de Avilés. En el centro de la ciudad se trabajaba en desecar las marismas de Las Aceñas (llamadas así porque en ese terreno, desde tiempos medievales, hubo aceñas, o sea molinos movidos por la fuerza de las mareas) para levantar allí la gran plaza del mercado, una obra capital en el urbanismo avilesino, que uniría la Villa con Sabugo extendiendo la ciudad.
Armando Fernández Cueto –cuya familia respondía al mote cariñoso de ‘Los Parafusos’– tuvo que empezar a trabajar de niño porque, de aquella, en su casa no daba para vivir con lo que ganaba su padre, carpintero de profesión.
Pero era un tipo tan listo como trabajador, que compaginó el curro con los estudios. Al constituirse Artes y Oficios, acudió a sus clases impartidas, provisionalmente, en dependencias de la iglesia de San Nicolás de Bari.
Si se quisiera trazar una semblanza meteórica de este personaje, diría que Armando fue de los primeros alumnos de Artes y Oficios (institución creada en 1879) y que mira tu lo que son las cosas, fue Fernández Cueto, quien en 1891 diseñó y construyó la sede de la Escuela en la plaza Álvarez Acebal, donde más tarde ejerció de profesor. Todo en el mismo paquete, o tres en uno.
Personaje polifacético donde los haya, cuesta, pero gusta, abreviar sus múltiples actividades, con independencia de su oficio de maestro de obras y de haber sido técnico –por un tiempo– y también concejal, ay que caray, del Ayuntamiento de Avilés.
Resumiendo, fue: profesor, pintor, escultor, constructor de las primeras carrozas de las fiestas de ‘El Bollo’, cantor en actos públicos tanto civiles como religiosos… Pero no quiero que se me olvide cuando, en 1900, diseñó y dirigió un original espectáculo nocturno de carrozas acuáticas en la ría de Avilés, estando presente el rey de España, Alfonso XIII, festejo tan deslumbrante que dejó, al monarca y acompañantes, haciéndose cruces. Tanto es así que, días después, recibiría Fernández Cueto, la Gran Cruz de Carlos III.
Pero Armando está en la historia de Avilés, por ser el autor de relevantes edificios. Fue un autodidacta que terminó siendo maestro de obras, algo así como aparejador. De aquella estaban autorizados para presentar proyectos. Su labor, como creador y constructor, fue ciertamente brillante.
En el cambio urbano que produjo en Avilés y comarca, entre finales del siglo XIX y principios del XX, destacan las edificaciones diseñadas por Manuel del Busto, Antonio Alonso Jorge, Juan Miguel de la Guardia, Tomás Acha, Luis Bellido, Ricardo Marcos Bausá y Luis Galán, todos ellos arquitectos y a las que hay que sumar las del maestro de obras, Armando Fernández Cueto, el más prolífico de todos estos creadores.
Su labor principal abarca desde edificios unifamiliares, como el bautizado como ‘La Perla’ (hoy Centro de Salud) frente a La Curtidora, construido en 1873 para los Maribona, familia que también le encargó un gran inmueble (1898), el más alto de Avilés entonces, en la calle de La Cámara dedicado, en sus bajos, a actividades bancarias.
Diseñó y construyó un palacete monumental, hoy en estado de ruina, conocido como ‘Chalé de don Fulgencio’, magnífica casa de indiano, situada cerca de la actual comisaría de policía, donde antiguamente estuvo el primer asilo de ancianos de Avilés, obra también de Fernández Cueto.
Muy popular fue el pabellón ‘Iris’ (1908), construido totalmente en madera, en la calle de La Cámara y donde se comenzó a proyectar cine (nuevo invento, entonces) con regularidad, aparte de ofrecer espectáculos de varietés.
Pero quizá la obra más vistosa (1917) esté en la inmediaciones del parque El Muelle, y es el edificio construido para ser el ‘Gran Hotel’. «Que solo reconoce rival en dos o tres capitales de la Nación» decía la prensa de la época.
Armando Fernández Cueto, fallecido en 1933, dejó su herencia en forma de destacados edificios a lo largo de Avilés.
Si sales desde la plaza Álvarez Acebal, donde está la Escuela de Artes y Oficios, y bajas por la calle La Cámara, fíjate en el elegante edificio de cinco plantas que hace esquina con la calleja de Los Cuernos (uy, perdón, calle de Alfonso VII) para llegar al parque El Muelle –y haciendo esquina entre dos calles del barrio de Sabugo– y admirar la fenomenal edificación coronada por espectacular cúpula.
Son diseño y construcción de Armando Fernández Cueto, un maestro al que por sus obras conoceréis.