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Guillermo Díaz Bermejo

A las pruebas me remito

LA CULPA NO ES NUESTRA

Las personas maduras o mayores, estamos siendo objeto de crítica constante por los jóvenes, que nos acusan de que no nos adaptamos a la vida moderna, que estamos anclados en el pasado, que ya no vivimos en el mundo de las nuevas tecnologías y por tanto somos analfabetos digitales, que somos incapaces de entender a las nuevas generaciones o, resumiendo, que somos unos carcamales.  Pues jóvenes amigos, yo y seguramente muchas personas de mi edad, no podemos estar de acuerdo con esas opiniones y menos de acuerdo aun con esas ideas de que nosotros podemos ser los culpables de muchas de las cosas que ocurren ahora.

Nosotros hemos vivido en una dictadura y hemos salido de ella con una transición democrática ejemplar,  nos hemos quedado con las cosas buenas de esa transición,  hemos vivido una revolución sexual que modificó los comportamientos, aceptando la igualdad de sexo, los anticonceptivos, las relaciones prematrimoniales, el feminismo, la homosexualidad y en definitiva las normas de comportamiento sexual. Nos hemos rebelado y hemos luchado contra ciertos valores tradicionales. Hemos disfrutado y bailado con la música de los Beatles o de los Rolling Stones.

Queridos jóvenes, nosotros, los maduros, no hemos sido los culpables de acabar con las grandes melodías instrumentales, boleros o baladas, con la voz cuidada de los cantantes, ni con la creatividad  y el talento de las obras de arte. No somos culpables de haber hecho desaparecer la galantería o el romance de la relación amorosa, unida a un serio compromiso de pareja. No somos culpables de eliminar la paternidad responsable y el concepto de familia. No somos culpables de eliminar el esfuerzo para aprender, el gusto por la cultura, la cortesía al hablar, o el sentimiento de patriotismo.

Nosotros, esos maduros decrépitos, no somos los que provocamos la desaparición de la buena educación, los buenos modales, la urbanidad en la escuela y en la calle, la utilización de un lenguaje cuidado en incluso refinado, el gusto por la lectura de las buenas obras literarias, el ser previsores  y ahorradores aplicando la prudencia a la hora de gastarnos el dinero, o el deseo de luchar por ser alguien en la vida.

Nuestra generación no fue la que impuso la falta de respeto a los profesores y a los propios compañeros. No fue la que implantó la grosería y la vulgaridad. No fue la que impuso la falta de solidaridad con la gente en la calle, en las escuelas o en los hospitales. No fue la que impuso ese aconfesionalismo que no respeta las creencias religiosas de ningún tipo. No hemos sido nosotros los que hemos acabado con el respeto por los otros y especialmente por las mujeres y ancianos. Tampoco hemos sido nosotros los que eliminamos la tolerancia y la paciencia en nuestras relaciones personales y en nuestras interacciones con los demás.

Acepto que, de hecho, ya soy una persona más madura, pero aun soy capaz de animar una buena fiesta, aunque sólo resista media noche. Después puedo dormir como un bebé aunque al otro día el cuerpo se resista a madrugar para levantarme de la cama. Aunque como nos llamáis, soy un nativo digital, aun soy capaz de competir con cualquier jovencito en el uso de las nuevas tecnologías. Aunque a veces me cueste oír bien lo que dicen de mí  por eso de la edad, puedo reírme de las críticas que me hagan. Aun cuando mis hijos y nietos pueden llamarme el abuelo gruñón o que los jóvenes piensen que soy un intransigente, sencillamente tengo que decir que tengo una edad que me permite decir que hay cosas que no me gustan para nada, que no estoy de acuerdo con ellas o que no quiero compartirlas.

A mi edad empiezo a no soportar las caravanas en la carretera, ni las multitudes vocingleras, ni la música estridente, ni los niños maleducados y gritones. No me gustan ya las interminables colas para acceder a sitios y no me gustan otras muchas cosas que ahora ni siquiera me acuerdo.

Pero, eso sí, pienso seguir disfrutando de la vida ahora como maduro y si dios quiere mañana como viejo. Pienso seguir ahí disfrutando de los buenos amigos, de las tertulias inteligentes, de las reuniones agradables en torno a una mesa, de la buena gastronomía y del buen vino, entre tanto que los triglicéridos, el ácido úrico o el colesterol me lo permitan. Hay un montón de cosas que los maduros, como ahora estamos jubilados y tenemos tiempo, podemos hacer de modo muy activo. Nosotros respetamos a los jóvenes y los comprendemos porque ellos serán alguna vez como nosotros, pero también queremos que nos respeten y que valoren lo que hemos sido y lo que somos ya que como dice ese dicho popular, el diablo sabe más por viejo que por diablo.

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Sobre el autor

El blog de un jubilado activo dedicado al voluntariado social, permanentemente aprendiendo en materia del derecho de las nuevas tecnologías y crítico con la política y la injusticia social.


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