VALDÉS, OCHO DECENIOS Y MILES DE AMIGOS

            Digo siempre sin temor a equivocarme que ocupar un determinado cargo otorga una fama solamente efímera. Que cuando el cargo se acaba, muchos borran directamente el número de teléfono y otros dejan de saludar. Sin embargo, la amistad, la ayuda desinteresada, la bonhomía, o la decencia vital, esas hacen que los contactos telefónicos nunca se acaben y que caminar por la calle sea una continua carrera de obstáculos agradables, deteniéndose para conversar cada cinco minutos, comentando, alegrándose de ver a alguien, haciendo calle – sin quemar ningún neumático ni manifestarse por nada, dando los buenos días y comentando algo alegre que haga que el otro tenga, acaso, un día mejor.

            El pasado viernes, casi doscientas personas homenajeamos a D. JOSÉ LUIS ÁLVAREZ VALDÉS. Lo pudieron ustedes ver espléndidamente cubierto en EL COMERCIO de Oviedo, desde la portada a sus páginas interiores. Nos reunimos en el Palacio de La Zoreda para reconocer los 80 años de edad (nadie lo diría, y para mí los quiero) y casi 50 de docencia del Padre Valdés, dominico íntegro que ha hecho Historia en la región.

            No quiero volver a contarles aquí sus muchos méritos, porque sinceramente me falta espacio en esta página. Solamente recordar las múltiples generaciones que aprendimos lengua y literatura de su mano y todas aquellas a las que subió a unos patines para hacer del Hockey una enseña del Colegio Santo Domingo de Oviedo y después de los dominicos de La Felguera. Eso y mucho más. Tantas cosas que, en su homenaje, todo el mundo quería intervenir. Dar las gracias, hacerse una foto, tocar y abrazar al padre Valdés. Sentirle cerca, una vez más, porque él siempre lo está, pero tenemos que compartirle entre muchos.

            Decía, hace dos párrafos, lo de los cargos, porque he vivido alguna experiencia de despedida a jueces, políticos, cargos militares, etc … en los que, cesado el individuo en cuestión, la gente parece olvidarse inmediatamente de él. Aquel que llamaba por teléfono y acudían en hordas la camarilla de aduladores ha dejado de serlo, y por eso ya no se gana nada allí. El pasado viernes, casi doscientos exalumnos sacrificamos un puente festivo para estar con el Padre Valdés. Invertimos el tiempo del mejor modo posible. Allí había gente que venía de cualquier punto de España. Algunos ya se encontraron en Chamartín a media tarde y vinieron comentando anécdotas las cuatro horas que aún se tarda en llegar a Asturias. Algunos desde Bruselas, otros desde Mieres, algunos, desde nuestro barrio, quisimos estar allí porque merecía la pena. Desde exministros hasta exalcaldes, concejales, diputados, parlamentarios europeos, médicos, abogados, fontaneros, amas de casa, abuelas, nietas, sobrinas que nunca fueron al colegio pero tienen allí a alguien. Todo el mundo quiso acompañarle.

            El padre Valdés nos leyó un poema, de Ana María Rabatté, titulado “En vida, hermano, en vida” en el que nos recalcó que los actos de amor y de homenaje deben realizarse cuando aún se puedan aprovechar. Todos estamos cansados de alabar las glorias a la puerta del Tanatorio o arrepentirnos de no haber dicho “ te quiero” al familiar que nos deja de repente.

            Con Valdés no ocurrió esto. No sería posible. Él mismo se encargó de agradecérnoslo y de seguir enseñándonos otra nueva lección, una más, de las que a lo largo de la vida nos ha ido impartiendo.   

            Esta columna que ustedes leen hoy es, y no es poco, la 450 en estas páginas. No sé si uno escribe bien o no, pero les prometo que pongo lo mejor de mí cada día. Si algo de bueno hay en mi literatura, en mis columnas o en mis relatos, no lo duden un minuto, tiene mucho que ver con un tipo honrado y cercano que me enseñó a amar la poesía hace un cuarto de siglo.

El pasado viernes era ese mismo. El tiempo no pasa por quien lleva dentro la magia.