Por María de Álvaro
La vuelta a casa después de quince días sabe a angustia y a lavadoras, a invierno acechante y a la-vida-sigue-igual. Quince días sin leer periódicos –con perdón– y sin poner la tele –sin él– dan para tanto que uno, una, tiene la sensación de que ha pasado mucho más tiempo. Pero no hace falta casi nada para darse cuenta de que no es así. Por el Muro siguen paseando los mismos, en la playa se tumban los mismos, en el Carmen toman el vino los mismos y en Fomento hay las mismas horribles despedidas de soltero. También en el Ayuntamiento curran los mismos, aunque con otras docenas más, porque más que nombramientos de directores generales de lo qué sea no ha habido. Y eso que sólo me he ido quince días.
Así que hoy, después de un intento infructuoso de adaptación y presa del síndrome postvacacional, he decidido coger al toro por los cuernos y buscarme otro billete. Que la vida son dos días y el verano, el mío, dura un mes. Vuelvo al Mediterráneo, esta vez donde se junta con el Tirreno. Y marcho sin portátil.
Chivediamo, queridos.