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Una conclusión sin demasiadas conclusiones

Algunas convicciones
se desvanecen simples
frente a versos contundentes

(Victor Hugo Majus-Guatemala 1979)

Lo escribió un día Borges y no soy yo nadie para contradecirle. Escribió un día que “los hechos memorables prescinden de frases memorables”; y, si a él no le salieron, no me van a salir a mí. Más faltaba. Pienso en la frase de Borges cuando intento recapitular mi viaje, que ha sido un viaje a Guatemala, pero ha sido muchos viajes a la vez: a otro mundo, a la primavera que es allá siempre y hasta al interior de mí misma, si se me permite la cursilada, que no debería permitírseme. El caso es que he vivido hechos, para mí, tan memorables que las frases memorables resultan completamente prescindibles. Sobran. O, simplemente, no me salen. No consigo encontrarlas. Y cuando no hay palabras, siempre quedan los números. Esos que sí son, o suelen ser, incontestables.

Los números son del Instituto Nacional de Estadística de Guatemala, son de 2006 porque nadie los ha actualizado desde entonces y son falsos, o no del todo ciertos, pero sirven para hacerse una idea. Reconoce el INE de Guatemala que en el país hay un 51% de pobres, hasta un 81% en departamentos como Quiché. Son más. Muchos más. Y cuando hablamos de pobreza no hablamos de no tener dinero para comprar unos zapatos, hablamos de que, en lo que va de año, 95 niños menores de cinco años han muerto por desnutrición severa. Eso los que se saben, los que han quedado registrados. Siguen siendo más. Muchos más.

15 millones de habitantes, más del 40% menores de 14 años, suman un Producto Interior Bruto oficial de unos 20 millones de euros, pero esto tampoco es cierto porque la economía sumergida es la que más ‘flota’. De todo ese PIB, un 16,3% procede de sus recursos naturales, y a proteger esos recursos naturales destina el sector público un 0,1% de lo que ingresa. Dicho de otra manera, hay un vertedero en cada esquina. Su presupuesto anual, el que se aprobó para 2012, es de cerca de 6.000 millones de euros, de los que un 1,7% se destina al apartado de ‘erradicación de la pobreza’. El Ejército se lleva un 1,6% y el pago de deuda, un 14%, por si sirven de algo los dos ejemplos.

Y sigo. El 50% de la población rural vive en condiciones de hacinamiento. Y hacinamiento no son cuatro personas en un apartamento de 50 metros cuadrados, con su cocina y su baño. Hacinamiento son dos colchones para diez personas sobre un suelo de tierra y bajo unas láminas de metal o unas cañas de madera. Hacinamiento es tener un agujero a unos metros de la ‘casa’ que hace las veces de sanitario, una fogata con un cazo encima a la que llaman cocina y un grifo de ínfimo caudal que sirve de fregadero y ‘ducha’. Pero, insisto, esto son los datos oficiales; otra vez del INE. Vuelven a ser más, muchos más.

Si hablamos de salarios y vamos a las cifras del mínimo nos encontramos con 6,8 euros al día para este 2012, dato éste del Ministerio de la Gobernación. O sea, unos 136 euros mensuales si multiplicamos por cuatro semanas de cinco días laborables. Nuevo dato falso, porque con una economía eminentemente agrícola y una clase empresarial no siempre responsable y distribuida en cómodos monopolios, con honrosísimas excepciones, se cobra cuando se trabaja, y se trabaja cuando hay cosecha que plantar o recoger. El resto del año, Dios proveerá, desde dónde quiera que se haya metido, porque en Guatemala muchas veces cuesta encontrarle. Y eso por no hablar del número de personas que trabajan sin ningún tipo de seguro, claro que tampoco es que sirva de mucho el seguro social, que, como me dijo una vez un antigüeño: “No, chica, yo no estoy en el paro, estoy sin trabajo, aquí no hay eso de paro, aquí si no trabajas, no comes y listo”. Paralelamente, la inflación se dispara cada año. Sólo desde 2000, a una media del 6,6% anual. Ni que decir tiene que los sueldos no corren paralelos.

Y en medio de todo esto, la cooperación internacional. Sólo España ha enviado este año 30 millones de euros a Guatemala en concepto de ayudas. Unas ayudas que el país probablemente no necesitaría, o necesitaría menos, simplemente si les pagásemos sus productos por lo que valen. Si les dejásemos crecer. Si se dejasen ellos a sí mismos. Si el Congreso de Guatemala fuera algo más que una fábrica de humo. Si sus políticos se dieran cuenta de que más allá de sus paredes hay gente bien jodida. Si esa gente bien jodida cogiera de una vez la sartén por el mango y se negase a vivir como si fueran animales. Pero entonces el mundo sería otro mundo y yo tal vez tendría las palabras que no tengo. Pero tengo los números y la certeza de que, como le leí a otro guatemalteco, a Severo Martínez Peláez en su libro ‘La patria del criollo’: “Reflexionen quienes creen, equivocándose, que las ideales morales determinan la economía, y no al revés”.

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por María de Álvaro

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