Tenía mi abuela la sana costumbre de llamar ‘chicas’ a sus amigas, así tuvieran 80 años. Cuando le afeábamos el término o, directamente, se nos escapaba la risa, nos miraba con esa cara que se les pone a quienes saben más que tú porque ya lo han visto y lo han oído casi todo. Condescendiente, una vez confesó: «Ay, hija, ya lo verás, las chicas cumplen años contigo». Y ahora ya lo sé, pero esa es otra historia.
Me he acordado de mi abuela y sus chicas al enterarme de que se nos ha muerto la chica «por antonomasia», la mejor. Y tenía 85 primaveras. 85 años de cómica que empezaron cuando aquí había más bien poco de qué reirse. 85 construidos con personajes extraordinariamente cotidianos, porque puede que esa haya sido la mayor grandeza de Chus Lampreave: saber hacer magia con la normalidad, ser capaz de convertir a una portera ‘testiga’ de Jehová en un icono pop.
Jaime de Armiñán, otro gigante, la descubrió -como se descubren las cosas importantes, como se ‘descubrió’ América o la penicilina- en la Academia de Bellas Artes de San Fernando, porque ella lo que quería era ser pintora. Y lo fue. Pintó a decenas, cientos, miles de mujeres anónimas que le pusieron gracia y talento a vidas y momentos más negros que de color. Y pintó con Armiñan, y con José Luis Cuerda, y con Trueba, y hasta con Berlanga, y, claro, con Almodóvar. Y vale que el destino ha querido que ‘Torrente 5’ sea su última película, pero se lo perdonamos sin problemas, porque la Lampreave siempre ha sido y seguirá siendo nuestra chica favorita. Ahora ya para siempre.