La estrategia electoral de Javier Fernández está basada en ofrecer la solidez y la certidumbre del socialismo frente a las controversias internas de los grupos de centro-derecha. Repite una y otra vez que el PSOE es la solución frente al desgobierno de la derecha. Una somera mirada al panorama político asturiano permite concluir que escogió la mejor opción que tiene a mano, porque el resto de alternativas, como presentarse de garante de los servicios públicos –el argumentario de las elecciones de 2011- es menos eficaz. En los últimos doce años, la izquierda siempre llegó a acuerdos, con la excepción del año 2007, cuando PSOE e IU no fueron capaces de formar una coalición de Gobierno, disenso que superaron en el 2008. Frente a la sintonía de la izquierda, el centro-derecha no supo colaborar en la aprobación de los presupuestos de 2012, y por eso el domingo estamos convocados a las urnas.

Como no hay argumento perfecto, la estrategia de Javier Fernández también presenta debilidades. La primera y más evidente consiste en cuestionar la validez de los acuerdos de la izquierda o el acierto del Gobierno de coalición. No se puede decir que el desempleo haya sido tratado eficazmente por la mayoría de izquierdas ni el control del gasto público, al aumentar la deuda y el déficit tras cada negociación sobre las cuentas regionales. Otras cuestiones más ligadas a la gestión diaria de los servicios públicos tampoco merecen el aprobado. Veamos dos ejemplos, uno por cada partido. El consejero de Salud, Ramón Quirós, llegó al cargo diciendo que se le valorara por la evolución de las listas de espera y al acabar el mandato estaban peor que al llegar al cargo. La tramitación del salario social quedó colapsada en manos de IU, hasta el punto que ahora se están atendiendo solicitudes presentadas en el año 2010. No creo que a los asturianos les ilusione repetir esa experiencia.

La derecha ingobernable o la imposibilidad de cooperar entre Foro y PP fue una realidad en el pasado, pero no responde a una clave genética, como parece deducirse de las declaraciones de algunos dirigentes socialistas. La política anti-Cascos del PP estuvo dirigida por De Lorenzo, auxiliado por Ovidio Sánchez –dos buenos irresponsables- y fue ejecutada por gente como Espinosa o Aréstegui. Ninguno de los cuatro está ahora en condiciones de hacer descarrilar el tren.