La decisión de Javier Fernández de presentarse a la reelección del cargo de secretario general de los socialistas asturianos en el próximo congreso del PSOE regional estaba cantada. Cualquier otro posicionamiento hubiera sido una sorpresa mayúscula en un día en que la cuota de imprevistos ya estaba cubierta con la dimisión de Esperanza Aguirre. Su liderazgo en la organización es incontestable y a esa responsabilidad suma la derivada de ser presidente del Principado. Fabricar otro líder, de la noche a la mañana, sería una maniobra artificial que no hubiera entendido ningún militante socialista. En el PSOE, la norma de funcionamiento consiste en concentrar en un mismo dirigente el mando en el partido y la máxima representación institucional, de modo que el secretario general sea a la vez presidente de la comunidad autónoma o líder de la oposición. Esta pauta nunca fue seguida en Asturias, donde, por diversas razones, los presidentes socialistas (Pedro de Silva, Juan Luis Rodríguez-Vigil, Antonio Trevín, Álvarez Areces) nunca fueron los jefes del partido.

La bicefalia asturiana respondió a específicos equilibrios internos en los que el aparato del partido jugó un papel activo, tanto de limitación de los presidentes en sus decisiones como de control del grupo parlamentario socialista. Ahora, esa distribución de papeles no existe al integrarse el aparato del partido en el Gobierno, así que el centro de gravedad del poder socialista queda desplazado al Ejecutivo. En toda la etapa autonómica ningún dirigente socialista acumuló tanto poder como Javier Fernández, ya que en los dos periodos de mayoría absoluta -1983-1987, con Pedro de Silva; 1999-2003, con Álvarez Areces- los presidentes socialistas tuvieron que plegarse ante el criterio del aparato del partido y nunca disfrutaron de la capacidad de decisión que tiene el actual presidente del Principado.

Ante la organización socialista, Javier Fernández tiene el crédito de todo líder que gana claramente las elecciones, aunque haya quedado lejos de la mayoría absoluta. A la autoridad de la que gozaba como pacificador del partido, tras quince de años de divisiones internas, se agrega la propia del triunfador en las urnas. El socialismo asturiano carece de urgencias internas y el congreso del partido ratificará las jerarquías del presente.