La tensión entre Pablo Iglesias e Íñigo Errejón va en aumento. Cuando faltan dos meses para el congreso de Podemos, bautizado como “Vistalegre II”, los números uno y dos del partido capitanean los bandos en liza. Cuando apenas ha habido tiempo para digerir los resultados de la disputa de Madrid, ganada por Iglesias con la ayuda del sector duro (“anticapitalistas”), la cita de Vistalegre se presenta como la batalla final. En cualquier partido convencional, una situación así causaría una gran inquietud entre la militancia, pero en el caso de Podemos no estoy muy seguro de que se vean afectados. La unidad del partido está en riesgo en la medida que no sea posible llegar a una síntesis entre ambas opciones.

Visto desde fuera, la trayectoria de Pablo Iglesias a lo largo de este año fue zigzagueante. Inauguró el curso con el traje socialdemócrata; encabezó una estrategia equivocada en el primer semestre, el periodo que medió entre las dos elecciones generales, y recogió en las urnas la censura del electorado ante una postura equivocada que impidió ser presidente a Pedro Sánchez y reforzó la base parlamentaria de Rajoy. Abierto el proceso congresual del partido, dio un bandazo hacia el radicalismo puro y duro, poniendo en primer plano el valor de la movilización callejera y reservando un papel secundario para el Parlamento. La sintonía con Alberto Garzón, el candidato de IU que se presentó a las urnas (26 junio 2015) con un programa más izquierdista de toda la historia de la organización, refuerza el giro hacia el radicalismo.

Íñigo Errejón defiende la estrategia con que se presentó Podemos a las elecciones europeas (2014) y autonómicas (2015), alejado del estereotipo de organización de clase obrera, manteniendo un estilo populista (la gente contra la casta) que puede ser atractivo para un electorado interclasista, que ahora llamarían transversal. Todo esto lo interioriza la militancia como una apuesta por la moderación, pero yo creo que es algo más sutil y, probablemente, más inteligente. En resumen, la opción de Errejón es más propia de un partido de masas que tiene que gestionar cinco millones de votos. La vía de Iglesias y Garzón es una reedición del discurso de Anguita. A todo ello hay que añadir la actitud de ambos en los enfrentamientos internos. Hasta ahora, Iglesias demostró que no es un hombre de síntesis, quizás por eso escribió la carta abierta a Errejón para lavar su imagen.