Pablo Casado se ve ya como presidente del PP, aunque haya perdido las primarias. Por vía de las alianzas presiente que va a alcanzar el poder. Le salen los números: la suma de los compromisarios de Cospedal y los suyos excede la cifra de afines a Sáenz de Santamaría. Antes de que tome cuerpo el discurso de la integración se esfuerza en explicar por qué es bueno introducir en el PP el sistema de mayorías y minorías como forma de funcionamiento:
«No hemos llegado hasta aquí para que nada cambie». De sus palabras se puede deducir que identifica a la exvicepresidenta del Gobierno con el inmovilismo, mientras que la exsecretaria general es un agente del cambio. Dice que con Cospedal comparte «una idea de lo que necesita España». No es poco.
Casado afirma que en la última legislatura el PP perdió tres millones de votos, lo que obliga a diseñar un proyecto nuevo, en el que «no hay que hacer lo mismo con los mismos» para retornar a los once millones de votos. Vamos por partes. En las elecciones de 2011, el PP obtuvo 186 escaños, su récord electoral. Ni con la mayoría absoluta de Aznar (2000-2004) llegó a esa cifra.
Perder tres millones cuando surgió, por primera vez, otro partido en el centro-derecha que obtuvo 3,1 millones de sufragios en las últimas elecciones generales no es un drama. El PP ganó los comicios con 137 escaños, mientras que el PSOE obtuvo 85 y está gobernando. El problema del PP es su aislamiento, su impotencia para tejer alianzas. El PP de Rajoy no ha sido derrotado electoralmente, sino parlamentariamente. Si Casado no ha captado esto es que no ha entendido nada.