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Luis Arias Argüelles-Meres

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Recuerdos de Oviedo: Galerías Preciados

“Allá van nuestros recuerdos/ mostrándonos lo que fuimos/ y para siempre seremos,/ cristal donde nuestras almas/ revivirán lo vivido”. (Manuel Altolaguirre).

 

Me tocó observar cómo iba avanzando el proceso de construcción del edificio de Galerías Preciados desde el ventanal de la cocina de nuestra casa en la calle Toreno, 5, ventanal que miraba al Naranco, pero que también ofrecía a la vista azoteas y tejados cercanos, entre ellos, el de los Grandes Almacenes que llegaron a instalarse en Oviedo. A medida que aquello iba subiendo, me hacía a la idea no sólo del crecimiento de Oviedo, sino también de que nuestra heroica capital se acercaba más a la gran ciudad. Lo más parecido a unos Grandes Almacenes era Simago, lo más parecido no sólo por los metros cuadrados del negocio, sino también porque allí se vendían las más diversas cosas, como en los viejos chigres, pero a lo grande. Recuerdo haber asistido a conversaciones de mayores en las que se hablaba, no sin cierta nostalgia del esplendor de otros tiempos, del antiguo Palacete de los Tartiere, cuyo solar, una vez derruido, era el que había escogido Galerías Preciados para su ubicación en Oviedo.

Llegaban, en efecto, otros tiempos, no sólo porque Franco se moriría unos meses después, cosa que entonces no se podía prever, sino también porque todo iba a más: los coches que circulaban, los inmuebles que se edificaban y las gentes que habitaban la ciudad. No dejaba de ser curiosa la coincidencia de que se diesen a la vez el crecimiento físico de la recta final de la adolescencia con el crecimiento urbano que entonces tocaba.

Y, a propósito de adolescencia, cierto es también que no había oído decir en aquel entonces que se trataba de una invención de los Grandes Almacenes. Eso se afirmó muchos años más tarde.

Pero sigamos con aquel Oviedo, que, perdón por la obviedad, ya atesoraba una gran tradición comercial. Sin embargo, lo en aquel momento  supuso Galerías Preciados fue toda una paradoja. De un lado, continuaba la tradición si se tiene en cuenta que su dueño era un indiano de nuestra tierra que, tras un periplo exitoso, se hizo con un importante nombre en Madrid y, desde allí, fue multiplicándose por la geografía española hasta llegar a Oviedo, es decir, a la capital de su propia tierra. Pero, por otro lado, sí que importaba mucho el tamaño en el caso que nos ocupa, porque eso era lo que convertía a aquel negocio en una especie de extraño dentro de un mundo muy familiar en el que los grandes negocios no tenían ni tantas plantas, ni tantos metros cuadros, ni tantas secciones comerciales, ni tantos empleados. Así pues, continuidad en un sentido y ruptura en otro, toda una dialéctica contradictoria a la que no fue muy ajena la marcha del propio país en aquel año de 1975 en lo que toca a continuidades más o menos disfrazadas con determinados envoltorios, pero ésa es otra historia.

Galerías Preciados. En Oviedo y en toda Asturias se esperaba con interés y curiosidad que llegase el gran día de la inauguración. Yo también deseaba ver que se ponía término a aquello y que, con ello, se culminaba un proyecto del que tanto y tanto se hablaba.

Y llegó el día. Fíjense: una de las novedades de las que más se hablaba era de la existencia de escaleras automáticas, toda una proeza de la técnica que, como la ciencia, avanzaba que era una barbaridad. Fíjense: en lo que más se incidía tan pronto se abrieron aquellos Grandes Almacenes era en la dicotomía entre calidad y cantidad. La ropa no era mejor; en todo caso, más variada. Y eso era, en general aplicable a todo lo que allí se vendía. Personalmente, he de confesar que me dejó muy frío la sección de librería, porque a aquel espacio le faltaba alma, le faltaba la atmósfera de las buenas y tradicionales librerías. Nada que ver con la librería Santa Teresa que pertenecía a la familia de mi padre. Nada que ver con un ambiente de ávidos lectores. Nada que ver con un entorno en el que los libros de siempre, los de la Colección Austral, por ejemplo, se sentían tan a gusto como en su propia casa.

De todos modos, también es cierto que,  de vez en cuando, más allá del acto propiamente dicho de hacer una compra, resultaba entretenido transitar sin prisa aquellos Grandes Almacenes, poniendo la atención sobre todo en el paisaje humano, en el que no escaseaba tampoco la mera curiosidad.

Más allá de los números acerca de la repercusión que Galerías Preciados podía tener en el número de ventas de los comercios tradicionales, lo cierto es que aquello era otro mundo, en el que se podía comprar no sólo ropa, no sólo productos deportivos, no sólo herramientas.

Y también quiero destacar la cafetería. Por supuesto, también era grande. Pero su mayor atractivo consistía en que estuviese ubicada en lo alto del inmueble, lo mismo (aunque en este caso era muy pequeña) que la cafetería de la Facultad en la Plaza Feijoo. Comer y tomarse un refresco o un café en lo alto del edificio, como un fin de ruta tras la compra, como un paréntesis en las rutinas y tareas. Lo cierto es que nunca comí allí, pero recuerdo perfectamente que se hablaba de la abundancia de las raciones, así como de la amplitud de la carta.

Galerías Preciados, en un Oviedo en crecimiento, en un Oviedo cuya vida comercial se iba asemejando cada vez más al de una gran ciudad. Andando el tiempo, “se descubriría el centro”. (Me refiero a Salesas). Andando el tiempo, llegarían, en las cercanías de Oviedo, lo que dio en llamarse las “Grandes Superficies”.

Pero Galerías Preciados fue otra cosa. Lo grande y lo voluminoso en el mismo centro de la ciudad. El devenir empresarial, triunfal y exitoso, de un indiano de nuestra tierra se asentó en Oviedo ya muy avanzado el siglo XX.

¿Acaso no fue Galerías Preciados una suerte de epílogo de la historia de los indianos de Asturias? Epílogo efímero, si se piensa que, en pocos años, aquella singladura terminaría por caer en manos de un emporio empresarial del que fuera su gran competidor, también asturiano, también de Grao, también moscón. Epílogo que no tuvo el esplendor estético de los palacetes indianos, epílogo que terminó apostando, según los imperativos del tiempo, por lo funcional.

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Sobre el autor

Luis Arias Argüelles-Meres es escritor y profesor de Lengua y Literatura en el IES "César Rodríguez", de Grao. Como columnista, publica sus artículos en EL COMERCIO sobre,actualidad, cultura, educación, Oviedo y Asturias. Es autor de los blogs: Desde el Bajo Narcea http://blogs.elcomercio.es/desde-el-bajo-narcea/ Desde la plaza del Carbayón http://blogs.elcomercio.es/panorama-vetustense/


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