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Luis Arias Argüelles-Meres

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En la despedida de Sergio Egea

De entrada, quiero confesar que mi relación con el fútbol es muy atípica, tanto es así que de  no existir el Real Oviedo, el llamado deporte rey me preocuparía y ocuparía más bien poco. Pero, como consignó Rilke, “mi patria es mi infancia”, y, ya desde niño, mi padre me transmitió su pasión por el oviedismo llevándome con él al Tartiere. Por eso, nada de lo que le acontezca al equipo azul me puede resultar ajeno. Y lo cierto es que, tras haber disfrutado de lo que significó la salida del pozo del club de nuestros amores, lo que sucedió con la marcha de Egea no sólo me contraría, sino que además me inquieta.

Miren, no seré yo quien se pronuncie acerca de la calidad técnica del entrenador argentino. Quede tal cosa para los expertos en la materia. Pero sí quiero manifestarme con toda claridad en torno a la categoría humana de este hombre que se marchó del club con elogios para todo el mundo y sin manifestar resentimiento alguno contra quienes no le pusieron las cosas muy fáciles, contra quienes no se caracterizan por su lealtad.

Me sorprendió mucho el rifirrafe que tuvo lugar en el Requexón entre Egea y varios futbolistas, rifirrafe que ofrecieron las cámaras de la televisión autonómica. Aun así, no era de esperar que esa misma tarde el técnico argentino presentara su dimisión. Y, poco más tarde, me resultó un tanto decepcionante el comunicado oficial del club, que tendría que haber ido más allá de una mera declaración formal agradeciendo los servicios prestados. A mi juicio, se tendría que haber dejado muy claro que no había sido un entrenador más, pues está, por méritos propios, en la historia de nuestro Real Oviedo.

Pero mi decepción sería mucho mayor cuando tuve noticia del comunicado de la plantilla azul que leyó Diego Cervero. ¿Acaso no se merecía Sergio Egea la gratitud de la plantilla, no sólo por los resultados cosechados hasta el momento, sino también porque en todo momento salió en defensa de sus jugadores y nunca tuvo una mala palabra para ningún futbolista azul en sus declaraciones públicas? ¿No fue frío e ingrato ese comunicado?

Lo cierto es que, mientras la directiva y la plantilla despacharon el asunto con una frialdad tan protocolaria como injusta, el oviedismo sí que estuvo a la altura de las circunstancias despidiendo a este hombre con el cariño y entusiasmo que verdaderamente se merecía.

Fue el oviedismo quien hizo justicia poética. Fue el oviedismo quien dio muestras de su inveterada elegancia, elegancia que estuvo a la altura del propio Egea.

Desde luego, lo que toca es el presente, y el panorama futbolístico del Oviedo no debe llevarnos a pesimismo alguno. Tanto en el caso de que Generelo sea confirmado en el banquillo, como en el supuesto de que se fiche a otro entrenador, las posibilidades de que el ansiado ascenso se consiga no son pocas. Tras la marcha de Egea, el rendimiento del equipo no tiene por qué ser peor, incluso (ojalá sea así) puede mejorar.

Dicho todo ello, la falta de elegancia que hubo en la  despedida a Egea ya no tiene vuelta atrás, y alguien debería pensar seriamente en ello.

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Sobre el autor

Luis Arias Argüelles-Meres es escritor y profesor de Lengua y Literatura en el IES "César Rodríguez", de Grao. Como columnista, publica sus artículos en EL COMERCIO sobre,actualidad, cultura, educación, Oviedo y Asturias. Es autor de los blogs: Desde el Bajo Narcea http://blogs.elcomercio.es/desde-el-bajo-narcea/ Desde la plaza del Carbayón http://blogs.elcomercio.es/panorama-vetustense/


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