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Luis Arias Argüelles-Meres

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Recuerdos de Oviedo: Pasiones poéticas

“Entre la realidad y la prosa se alza el verso… El verso es distinto, ni realidad elegida ni prosa en exceso descalabrada, de un solo verso nacen multitud de paréntesis, soldados y otras cuestiones”. (Blas de Otero).

La poesía como arma cargada de futuro, según Celaya. La literatura que estaba por la labor de tomar partido hasta mancharse. Nada de ñoñeces, nada de cursilerías, nada de aforismos con moralina blandengue. Poesía como epicentro de sueños y revoluciones. Poesía somos todos. Tiempos aquellos en los que pudimos darnos cuenta de que, en efecto, se trataba de un género para ser cultivado y cosechado en la adolescencia y en la juventud. Para ser leído con la pasión que produce ir de descubrimiento en descubrimiento, de trueno en trueno.

Nunca olvidaré el momento en el que salí de la librería Santa Teresa con el libro “Palabra sobre Palabra”, de Ángel González. Eran los tiempos en los que resultaba muy frecuente que en la contraportada figurase la foto del autor fumando. ¡Anatema!. Pero no fue el caso. Nuestro poeta comparecía de otra guisa, como un personaje sartriano, sin gafas, con la gravedad que el caso demandaba. Ya en casa, leí con voracidad y asombro la mayoría de los poemas. Ternura, amor, descreimiento, acidez, humor corrosivo. Todo un acontecimiento fue aquel libro.
Poco tiempo después, Alianza publicaba “Expresión y reunión”, de Blas de Otero. Del yo al nosotros. La paz y la palabra. El desgarro, todo un existencialismo trascendiendo. Confieso que aquel libro iba conmigo a todas partes, a la playa, a las tertulias, a los paseos, a los viajes. No tardó en sufrir un deterioro importante, se iba descosiendo y había que hacer arreglos casi de continuo.
Poesía, pasión poética. Versos logrados que llegaban y rasgaban por dentro como punteos de guitarra que consiguen estremecernos, como acordes que conmueven y emocionan y que nos transportan a estados y a estadios insobornablemente oníricos. Sonetos de Góngora y Quevedo. La mística del amor en Salinas con sus pronombres, con su feliz enajenación, con “la nieve que nevaba allá en su cielo”. Lorca y su aurora neoyorquina, sus nardos que dibujan angustias varias. El erotismo desbordante de Miguel Hernández. La austera precisión poética de Machado. La angustiosa rudeza de Unamuno que imploraba a Dios en sus poemas.
Poesía, pasión poética. Lecturas compartidas. Enamoramientos a los que acudían muchos de los versos y poemas a los que estoy haciendo referencia. La poesía como principal impedimenta de todos los sentimientos que afloraban. La poesía, la buena poesía, como el artefacto emocional más decisivo.

Frente a todo aquello, prosaísmos que sobraban y, sobre todo, poses que llevaban a la hilaridad. Miren, lo que les cuento a continuación es cierto. Me tocó presenciar rituales tan pasmosos como ridículos. Había quien escribía renglones en forma de poema, que leía en alto con aparente solemnidad. Aquello chirriaba por su pesimismo facilón, por su torpe manejo del idioma, por su grandilocuencia grotesca. Ocasiones hubo en que me tocó presenciar que, tras dar lectura a semejantes chuminadas, los quemaban, puesto que era obligado evitar que algo tan intenso pudiese ser comercializado en el futuro. Y todo aquello se hacía sin que compareciese en el ceremonial el más mínimo atisbo de sentido del humor. No quemaban sus poemas por infames, sino porque tanta sublimidad no podía, al final, contribuir al sistema capitalista.Gentes atormentadas y malditas. Gentes que eran pura pose. Sus poemas y puestas en escena hubieran dado mucho de sí como ingredientes de un modelo para carcajearse.

Poesía, pasiones poéticas. Frente a aquellos ceremoniales, estaba la obra bien hecha, estaban las obras referidas que me acompañarán a lo largo de mi vida, que son la letra y la música que explican momentos inolvidables, que dan sentido a todo, incluso a los sinsentidos.
Poesía, pasiones poéticas. Borges y su poema de los dones. Neruda y su canción desesperada, los golpes, los lacerantes golpes, de los que habló César Vallejo. Gil de Biedma desdoblándose y atacándose. Las cucarachas a las que Ángel González pretendía exterminar y que amenazaban con defenderse escribiendo al Presidente de la República.
Nada de “poesía eres tú”. Más bien, lo éramos todos, más bien, nosotros. La búsqueda de una inmensa mayoría a la que algunos grandes poetas pretendían dar voz y redimir, por desgracia, inútilmente.
Poesía, pasiones poéticas. También en lo llariego. No olvidaré nunca “la indecisa pluma” con la que Víctor Botas arrancaba un poema que le daba voz y nombre a un gran poeta. Siempre tendré presente algunos poemas de Camín, poemas fieros y tormentosos, en los que el poeta se definía como una galerna que pasaba a galope por los mares y por la vida. La capital de provincias lluviosa en la que había transcurrido la infancia de Ángel González. Los guiños retóricos de Bousoño al existencialismo, con la angustia como mansión cenagosa desde la que clamó.
Poesía, pasiones poéticas, en la novelada Vetusta. ¿Cómo no recordar aquel recital de Alberti en el que hubo que cambiar de escenario porque le salón de actos de la Caja de Ahorros se quedó pequeño? ¿Cómo no tener en cuenta la omnipresencia de Ángel González en la etapa de la que vengo hablando, desde que me hice con su libro “Palabra sobre Palabra” hasta que, con no pocos inconvenientes, se consiguió que diese clase durante un año en la Universidad de Oviedo? Si la memoria no me falla, recuerdo haber leído en la prensa que en su última clase explicó un poema de Valente, compañero suyo de generación.

Siempre Ángel González. Estoy convencido de que no le importaban demasiado los cantos de sirena y las cursilerías, de tal modo que siempre se dio perfecta cuenta de imposturas y esnobismos en la vieja Vetusta.

Y, miren, tras haberse cumplido recientemente el centenario del nacimiento de Blas de Otero, me vino a la mente la época en la que leí compulsivamente poesía, buena poesía, en la que me tocó conocer la confusión entre poetas malos y poetas malditos, en la que determinados libros de poesía se hicieron compañeros inseparables de mi vida.
Aquel “Diccionario de símbolos”, de Cirlot, autor de poemas memorables. Aquel poema del crítico y poeta, José Luis Cano, que comenzaba de esta guisa: “En el amor el tiempo es como un pájaro/ aleteante, estremecido, trágico”. Aquellos años a los que también dio sentido haber leído a María Zambrano, su “razón poética”.
Poesía, pasiones poéticas. Ángel González en la terraza del Rivoli. Alfonso Camín, nombrado “poeta de Asturias”, que murió en la indigencia. La perfección de imperfección humana, desde Quevedo a Valery con sus nubes que “humanizan el cielo”.
Poesía, pasiones poéticas, artefactos de emoción y de inteligencia que invocaban e invocan al juanramoniano modo que nos den el nombre exacto de las cosas. El “tú” y el “yo” de Salinas. El yo que te quiero, el yo que soy, el yo que somos.Los pronombres, su eterna presencia.

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Sobre el autor

Luis Arias Argüelles-Meres es escritor y profesor de Lengua y Literatura en el IES "César Rodríguez", de Grao. Como columnista, publica sus artículos en EL COMERCIO sobre,actualidad, cultura, educación, Oviedo y Asturias. Es autor de los blogs: Desde el Bajo Narcea http://blogs.elcomercio.es/desde-el-bajo-narcea/ Desde la plaza del Carbayón http://blogs.elcomercio.es/panorama-vetustense/


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