“¡Qué temprano, qué tarde, cuánto duran/ esta escena, este viento, esta mañana!” (Claudio Rodríguez).
Hubo un tiempo en el que sólo se pensaba en el turismo de sol y playa. Hubo un tiempo en el que ciudades como Oviedo no se acomodaban a destinos veraniegos. Pero, por fortuna, las cosas cambiaron y cambian mucho. No es sólo sol y playa lo que buscan nuestros visitantes. No es sólo el verano la estación en la que los turistas tienen a bien hacer de Oviedo parada y fonda.
Tanto es así que, según acabo de leer en EL COMERCIO, el pasado año, nuestra ciudad batió el récord de turistas. ¿Cómo no vamos a felicitarnos por ello? Es indudable que la capital carbayona tiene atractivo y gancho y que, a poca que sea la sensibilidad estética del huésped, atrapa.
Uno se pregunta, intentando no ver las cosas desde el prisma propio, qué es lo que más atrae al viajero en esta ciudad. Sin duda, lo inacabado de la Catedral, que la hace única. Sin duda, lo cómodo que resulta pasear por Oviedo. Sin duda, la gastronomía excelente que se ofrece. Sin duda, la estrechez de muchas de nuestras calles, estrechez que transporta a otros tiempos y a otros mundos. Sin duda, el esparcimiento que supone el Campo de San Francisco. Sin duda, la prestancia del paseo de los Álamos. Sin duda, esa falda del Naranco que es, además de otras muchas cosas, una cita con la historia y con un arte tan único como universal. Y así podríamos seguir nombrando otros muchos reclamos de nuestra heroica capital.
Fíjense: hay dos cosas en Oviedo que son, por un lado, señas de identidad genuinamente inequívocas y, por otra parte, universalismo en estado puro. Me refiero, naturalmente, a ese hallazgo artístico que es nuestro Prerrománico, que obró el milagro de incurrir en puro universalismo desde este más acá tan nuestro, y me refiero también, claro está, a ‘La Regenta’, novela que nos define, novela en cuyo interior, más o menos conscientemente, nos movemos, y, al mismo tiempo, se trata de una de las grandes cumbres de la narrativa del XIX que está en la vanguardia de su tiempo en cuanto al manejo de los recursos literarios y en cuanto a las innovaciones del género en su época.
Lo local y lo universal en el arte y en la literatura. Lo local y lo universal en una ciudad que no sólo sestea, sino que además fue el escenario de la mejor España y de la mejor Asturias.
Y estoy convencido de que, más allá de hacerse las fotos al pie de determinadas esculturas de la estética ‘gabiniana’, a muchos de nuestros visitantes les llega, con mayor o menos concreción, esa atmósfera única y universal que embelesa.