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Luis Arias Argüelles-Meres

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Flores otoñales

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“¡Qué melancólicos o radiantes son los días que se equivocan de estación!” (Silvina Ocampo).

Puente de Todos los Santos, días de difuntos, liturgias en los camposantos. En el paisaje asturiano, destaca sobre todo el ocre, que tanto lo embellece. En el Campo de San Francisco de Oviedo, la hojarasca nos sale al paso, y, al pisarla si vamos despistados, responde con su melancólica sinfonía de ayes. No suele faltar el regentiano viento sur que da calidez a estos días en los que el otoño se viste de gala, en los que rendimos culto a nuestros antepasados, en los que se recuerda, entre otras muchas cosas, que, en fechas como éstas, se representaba el Tenorio, que tanto y a tantos desafiaba.

Flores otoñales. Hay rosas que, cambiadas de estación, alcanzan su esplendor. Y, sobre todo, en los homenajes que rendimos a los nuestros, son todo un espectáculo esas procesiones camino de los cementerios en las que casi todo el mundo lleva el ramo de flores como estandarte, como una especie de tributo al hecho de estar todos vivos, nosotros, y también aquellos que ya se han ido, pero que no se morirán del todo mientras los recordemos.

Flores otoñales. Cuando el ritmo de la ciudad decrece sin autobuses escolares, sin la rutina de cada día, estas fiestas con las que entra noviembre tienen prohibida la estridencia, aparcan las prisas, decrecen las tensiones. Se diría que el silencio que reina en los cementerios se expande más allá de sus muros. Se diría que los ruidos se ven obligados, si no a retirarse del todo, sí al menos a dejarse notar mucho menos de lo acostumbrado.

Toca, entre otras muchas cosas, escuchar el silencio. Toca hacer del paseo por la ciudad un tránsito sin ruido y sin furia. Toca incluso dejar la lectura de noticias para algún momento del día muy marginal.

Resulta de todo punto recomendable disfrutar recorriendo el Campo de San Francisco, ora elevando la vista hacia los árboles más gigantescos, ora fijándose en la hojarasca que, en ciertos momentos es dispersada por el viento, que, en determinados rincones tiende a amontonarse. Tampoco hay que perderse el espectáculo tranquilizador que supone contemplar esas hojas que se caen, tan silenciosas como los copos de nieve, tan ligeras y frágiles como los detalles aparentemente más nimios.

Flores otoñales, que adornan nuestras seronda, que la visten y calzan, que, de algún modo, es el homenaje que el otoño rinde a la primavera, invitándola a su tiempo, a su turno estacional.

Hojas que, a veces, a poco que el viento las empuje, se separan del árbol al que engalanaron, y que, según se mire, pueden ser el homenaje que hace la arboleda a estos días de noviembre. Nosotros llevamos flores. Los árboles dispersan y expanden sus hojas cubriendo caminos y mudando el color de la vegetación, donde la hay, cuando la hay.

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Sobre el autor

Luis Arias Argüelles-Meres es escritor y profesor de Lengua y Literatura en el IES "César Rodríguez", de Grao. Como columnista, publica sus artículos en EL COMERCIO sobre,actualidad, cultura, educación, Oviedo y Asturias. Es autor de los blogs: Desde el Bajo Narcea http://blogs.elcomercio.es/desde-el-bajo-narcea/ Desde la plaza del Carbayón http://blogs.elcomercio.es/panorama-vetustense/


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