“Si mis coetáneos fueran generosos, podrían recordar, pero la condena del poco generoso es no tener memoria”. (Ortega y Gasset).
Bien se sabe que las ruinas suscitaron a lo largo del tiempo excelente literatura. Bien se sabe que la decadencia, artísticamente expresada, fue, es y será generadora de grandes obras de arte. Bien se sabe que, a veces, la historia necesita del arte para ponerle voz y rostro, para ser rescatada en el presente y para hacerla hablar. Éste es el caso, a mi juicio, de la exposición en el Museo arqueológico, en la que dieciocho artistas reconstruyen el esplendor que tuvo la Fábrica de Loza de San Claudio en particular y aquella arquitectura industrial de principios del siglo XX que nunca renunció a la voluntad de estilo.
Fíjense: continente y contenido. Un edificio abandonado, amenazando ruina y, en su interior, desperdigados, restos de las diversas piezas de loza que allí se fabricaban. Desperdigados y rotos, sobre superficies mugrientas y abandonadas.
Lo que puede verse en la exposición del Museo Arqueológico vienen a ser las cenizas de un esplendor del que dispusimos hasta hace muy pocos años. Cenizas sin rescoldos. Vajillas despedazadas, trozos de loza como muñones de las piezas que configuraban.
Y, más allá del valor artístico que esta exposición atesora, acaso habría que reparar en lo que viene siendo nuestra historia más reciente como un proceso de alarmante decadencia. Estamos hablando, entre otras cosas, de una Asturias que fue vanguardia a principios del siglo XX en lo artístico, en lo literario y en el pensamiento, frente a la situación actual en la que formamos parte del furgón de cola.
Para el viceconsejero de cultura, según leo en EL COMERCIO, lo esencial de esta exposición pasa por la ruina y el abandono, que suscitan un intento de salvación. Desde luego, hay mimbres más que suficiente para una salvación de nuestra memoria colectiva a través de estas obras que podemos contemplar el en Museo Arqueológico.
Es el arte, en efecto el que acude en salvación de la memoria, en este caso, de una memoria referida no sólo a nuestra arquitectura industrial, sino también a lo que allí se fabricaba, una loza con pretensiones artísticas, una loza que remitía a nuestra tierra, una seña de identidad de lo que hemos sido capaces de hacer, pero no hemos sabido o podido mantener ni tampoco incorporar al futuro más inmediato.