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Luis Arias Argüelles-Meres

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Recuerdos de Oviedo: Cafetería Ayala

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“Mirar el río hecho de tiempo y agua/ y recordar que el tiempo es otro río/, saber que nos perdemos como el río/ y que los rostros pasan como el agua”. (Borges).

 

La esquina, sí, esa esquina, donde sigue estando la cafetería Ayala. Esa esquina camino del cine del mismo nombre en la sesión de noche. Esa esquina que atravesamos tantas veces a la salida de la película que tocaba, ya de madrugada, los días de semana, con la ciudad durmiendo.

Hay sitios que entran en nosotros, sin necesidad de que nos adentremos en ellos. Es el caso de la cafetería Ayala, que siempre estaba allí, que hacíamos nuestros sus rincones sin que ello supusiera necesariamente emplazarse en su interior. Bastaba la vista para hacerla nuestra, porque siempre había un recuerdo de aquel café, de aquel desayuno, de aquella consumición a media tarde. Y, sobre todo, estaba la certeza –y sigue estando- de que, a no tardar, volveríamos.

En gran medida, fue para muchos de nosotros la cafetería –que no el bar- de la esquina. ¿Cómo no recordar aquella tarde de la primavera de 1976 en la que fui camino del cine Ayala con un libro recién adquirido, “Oh, España”, de Jean Descola? Primero, una película histórica inolvidable, proyectada en un momento en el que la sala estaba casi semivacía. A la salida, parada en la cafetería Ayala. Sobre la mesa, un café y el citado libro. Abrir el volumen y, antes de acometer su lectura, levantar la vista ante una tromba de agua que cayó de repente. En la barra más baja, ya muy adentro de la cafetería, dos señores hablaban sobre la actualidad futbolística. Al fondo, una tertulia muy numerosa de señoras.

Cafetería Ayala, últimos años de la década de los setenta. Primeros años de la década posterior. Como dije más arriba, si íbamos al cine a la sesión nocturna, no solíamos entrar, pero el vistazo a lo conocido formaba parte del guion Allí vimos parte de la goleada histórica de España a Malta. Lo curioso es que no toda la clientela estaba pendiente del partido, pero hacían pausa en sus conversaciones cada vez que nuestra selección marcaba un gol.

Más de una vez me pregunté acerca de la relación existente entre el cine y la cafetería del mismo nombre. Es decir, me preguntaba qué porcentaje de la gente que acudía al cine hacía su parada antes o después en la cafetería. Acaso ambos establecimientos estaban demasiado cerca en el sentido de que no eran destinos masivamente compartidos la misma tarde o la misma noche.

Y, sin embargo, el mismo nombre. Y, sin embargo, la misma calle. Y, sin embargo, una cercanía entre ambos establecimientos que a nadie le podría pasar desapercibida.

La cafetería de la esquina, todo un clásico en una zona de Oviedo marcada por el ocio, el cine, algunos pubs, una discoteca, cafeterías, restaurantes, etc.

Todo un clásico, digo. Antes de su relativamente próxima en el tiempo remodelación, al entrar en la cafetería Ayala, al menos para quienes la habíamos venido frecuentando durante décadas, se percibía el encanto de aquello que apenas había cambiado, que resistía lo embates del paso del tiempo. Se sentía que estábamos dentro de un decorado en el que nuestro pasado parecía revivir.

Era como visitar a unos familiares que no habían cambiado los muebles ni la distribución de su casa, sin que ello supusiera dejadez o abandono, sino resistencia estética, la resistencia estética que da aquello que se hace con vocación de perdurar, sin los condicionamientos de unas modas que van y vienen pero que nunca se asientan en el tiempo.

La cafetería Ayala contaba también con una cualidad para mí muy importante. De algún modo, estaba concebida para que dentro de ella pudiera haber varios ambientes. Desde la inolvidable mesa en la que dos personas conversan frente a frente acerca de lo divino y lo humano, hasta el fondo del local que permitía amplias tertulias. Desde la barra de la esquina donde se acodaba la gente para su pincho y café de media mañana, hasta el resto de los distintos acomodos del local.

Cafetería Ayala. El televisor estaba ubicado a gran altura y su volumen jamás molestaba. Las mesas más cercanas a las cristaleras parecían estar allí ubicadas a modo de un antiguo mirador para quienes disfrutaban de la conversación sin prisas, al tiempo que podían observar el trasiego de la calle.

Cafetería Ayala, que, como se sabe, sobrevivió –y sobrevive- al cine del mismo nombre. Acaso haya cumplido también la función de haber consolado nostalgias por el mero hecho de que desde sus adentros, más de una persona pudo recordarse a sí misma en el tránsito de antes y después de la película de turno.

Acude a mi mente otra tarde de 1976 en la que nos acercamos a ver la cartelera de la película que acaba de estrenarse. Y fue en la cafetería Ayala, minutos después, donde dilucidamos si valdría la pena verla. Y, de entrada y de salida, nos quedamos con la duda.

A primera hora de la tarde, era también un magnífico sitio para empezar a leer el libro recién comprado, o la revista de información general cuyos contenidos tanta curiosidad nos despertaban.

Hace años que este establecimiento inició una nueva etapa, partiendo con la ventaja que supone haber sido –y seguir siendo- todo un clásico.

Insisto, para mí, nada menos que la cafetería de la esquina.

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Sobre el autor

Luis Arias Argüelles-Meres es escritor y profesor de Lengua y Literatura en el IES "César Rodríguez", de Grao. Como columnista, publica sus artículos en EL COMERCIO sobre,actualidad, cultura, educación, Oviedo y Asturias. Es autor de los blogs: Desde el Bajo Narcea http://blogs.elcomercio.es/desde-el-bajo-narcea/ Desde la plaza del Carbayón http://blogs.elcomercio.es/panorama-vetustense/


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