Ése es el reto cada 16 de julio de la Descarga de Cangas: superar lo que un año antes se percibió y se vivió como insuperable. El cielo que abre no sólo sus puertas a esa larga e intensa oración de pólvora. Los corazones palpitando con cada estruendo. Las cabezas mirando hacia arriba asombradas con esos esplendores paralizantes.
Cada grito, cada anhelo, cada suspiro, cada sueño, cada revés, cada vivencia en suma, proyectada hacia el cielo, incorporada en todos y cada uno de los voladores que convierten en cielo de Cangas del Narcea en mucho más que una fiesta, en un rito, en una liturgia onírica. Cuantos contemplamos el espectáculo abrimos la boca sin hablar, sabemos que no es momento para la palabra, sino para que sólo se oiga ese atronador estallido de poco más de seis minutos. Para que ese festín de adentre en cada cual.
Lo dicho: superar lo insuperable. ¿Qué magia y qué poderío hay en la Descarga de Cangas para que cada año acudamos a ella, sabedores de que nos espera algo no sólo emocionante, sino, al mismo tiempo, irrepetible, por mucho que conozcamos y recordemos el espectáculo?
Cada desgarro va al cielo en la Descarga. Cada ímpetu que nos mueve y nos conmueve sube meteóricamente para hacerse oír.
Y esa traca final con las bocas resecas, con los tímpanos dando cuenta de algo único, con los ojos humedecidos por todo ese cúmulo de emociones que esta vez deciden no callarse, deciden estallar.
No sólo las máquinas, también los brazos, no sólo la pólvora, también los sueños. No sólo los voladores, también lo que hay en las gargantas y en los estómagos que van en busca de esa orgía de pólvora y que ascienden hacia lo más alto, haciéndose ver y oír.
Tras el dolor por lo sucedido la víspera muy cerca de Cangas, todo un repertorio de invocaciones y clamores a ese cielo de Cangas en el que tantos y tantos sentimientos explotan, fundiéndose y confundiéndose.
El cielo oye a Cangas. El cielo se hace transitable.
Mientras, desde abajo, se aceleran latidos, se hacen sonoros los pensamientos.
Las gargantas se desgañitan en silencio haciendo los coros a esos voladores a los que nos agarramos en esta fiesta única que tiene como imperativo superar lo insuperable.