Vivimos días de discursos políticos y relevos institucionales; y, aunque como en el bosque ningún árbol destaque en la distancia, uno llega a la conclusión de que no todos son iguales. Pues estarán de acuerdo conmigo en que ni una zarza es comparable a un roble ni un hayedo a un descampado. Todos valoran lo que los demás dicen y me gusta escuchar sus argumentos, por desgracia, escasos.
Tampoco se oyen muchas ideas nuevas, aunque últimamente ha hecho fortuna una afirmación que sorprende por lo temerario: es ‘antiguo’ hablar hoy en día de izquierda y de derecha, dicho siempre por algún preboste, musa o allegado del Partido Popular. Defender a los más necesitados ha sido bandera de unos, defender la acumulación de riqueza ha sido la bandera de otros. Así que el asunto tiene la enjundia del descaro de quien lo dice en estos momentos en que las desigualdades sociales se han acrecentado en el mundo (cada vez menos personas acumulan más riqueza y cada vez más personas tienen menos para vivir), en que el único consumo que se mantiene y aumenta en nuestro país es el de los productos de lujo, o según la cursilada para despistar, el de los productos de alto standing.
Desde hace ya más de dos siglos, Europa se ha identificado con los valores de libertad, igualdad y fraternidad. Cualquier avance en la consecución de esos valores por parte de la sociedad ha venido siendo considerado como progreso y modernidad frente al primitivismo del ‘sálvese quien pueda’ de la caverna, asediados por las fieras, por las enfermedades o por el hambre.
Si constatar y denunciar que hay ricos y pobres es de antiguos, yo quiero serlo, como los ilustrados que defendían esa modernidad, o los renacentistas que hablaban con veneración de aquellos antiguos, como Aristóteles, a los que preocupaba el futuro de la sociedad y no sólo del de unos pocos. Me gustaría que nuestro mundo siguiera avanzando por esa senda centenaria que garantice la libertad, la igualdad y la fraternidad de las personas y de los pueblos. Pues todos sabemos que lo demás tan sólo es barbarie cavernícola o ignorancia.