El nuevo premio nobel de medicina Randy Schekman ha manifestado que les decía a sus hijos que “si pierden sus sueños, pierden su razón de vivir”. Nuestros sueños son el principal alimento de nuestra ilusión y esperanza. Son los motores de nuestra vida diaria y la razón por la que luchamos cada día. Ellos dan sentido a nuestro quehacer. Tenerlos claros son el principal alimento de todos nuestros trabajos cotidianos. Perderlos es quedar sin referente y sobre todo sin objetivo estimulante. No es necesario tener siempre el mismo sueño, aunque tampoco es negativo. Puede uno cambiar de sueños en función de la propia evolución personal y en función de las circunstancias que afrontemos. Al darnos cuenta de que alguno es irrealizable nada ocurre, si de inmediato lo sustituímos por otro igualmente ilusionante. El caso es no perderlos. Quien pierde sus sueños puede perder la ilusión de vivir con garbo y con chispa. Y no solo no perderlos. Justo es alimentarlos con frecuencia, algo que debe hacerse, pues casi siempre están amenazados por los muchos contratiempos que nos vienen de fuera, además de las ideas flotantes, cuando la situación social o familiar nos es adversa. Soñar es poner en la conciencia el señuelo, el atractivo agradable que nos invita a conseguirlo. Soñar es  visualizarse con ganas de vivir y de moverse. Es contagiarse de ganas de hacer y progresar, es bañarse en el agua cristalina del entusiasmo y de las ganas de avanzar, aprender, progresar y expandir nuestra creatividad y nuestra inteligencia. Cada poco hay que actualizar nuestros sueños para evitar que los negros nubarrones de la negatividad los oculten a nuestra vista y caigamos en la tentación de pensar que no merece mucho la pena  pelear y  esforzarse. Soñar despierto es estupendo y ahora que el ambiente social nos es adverso, es cuando soñar es más necesario que nunca. La suma de los sueños individuales alimenta la esperanza colectiva. Su languidez  y muerte derrumban nuestras ganas y razón de vivir. Soñar es estupendo.