Las relaciones personales son fuente importante de satisfacciones o de disgustos. Sobre ellas hay que tener en cuenta lo siguiente:

Son entes virtuales pero efímeros, es decir, que, aunque algunas permanecen en el tiempo, tienden a desaparecer en poco tiempo.

Son frágiles y por eso cualquier mínimo contratiempo puede ser suficiente para que se rompan de repente, por mucho que hayan durado.

Son entes que nacen, crecen y mueren, como todos y no hay que sorprenderse de ello ni echarse las manos a la cabeza.

Necesitan para mantenerse con salud que se les alimente con frecuencia, no viven de la nada una vez establecidas.

Son muy reactivas pues acusan o les afecta cualquier mínimo cambio.

Las hay de excelente calidad a muy mala y eso depende de lo que decida quien las establece.

Nunca hay que estar seguros de que se mantendrán por muy fuertes que parezcan. Por eso hay que cuidar mucho, sobre todo, aquellas que más nos interesen.

Es altamente negativo verse privado de ellas.

Nos conectan con el mundo y sus rincones.

Son fuente de consuelo, de riqueza, de alivio, de ilusión, de esperanza y de otros valores si se las utiliza con inteligencia.

Son altamente inestables por lo que hay que vigilar muy de cerca su estabilidad siempre que sean buenas.

Las malas relaciones y las tóxicas deben ser alejadas con determinación por la alta erosión y daño que ocasionan.

Son funcionales y recíprocas: varían “en función de” cómo tratemos a los otros o nos traten.

Son dinámicas: no paran de evolucionar para bien o para mal. Son como el mar, siempre distinto y siempre cambiante.