Delante de mi la contemplo taciturna, triste cual si de este mundo fuese, como es, pero mentalmente estuviese en otro. Su memoria inmediata se ha borrado. Le acabas de informar de cualquier cosa y al punto se le olvida y lo pregunta y lo pregunta varias veces. El Alzheimer ha llamado a su puerta hace unos meses a los 86 años de edad. Aún no es muy profundo, pero cual polilla silenciosa va invadiendo su cerebro, antaño muy activo y productivo. Cuándo se sienta un rato pensativa, cuándo ausente, cuándo se vuelve a levantar para sentarse en otra parte de la casa, cuándo se desplaza como barco que no tiene destino. Eso si, cuando habla de antaño, del pasado, no falla, es precisa y se despacha a gusto. Ha perdido libertad de movimiento, está más torpe, y de desplazamiento pues se siente insegura si se aleja de su centro que viene a ser su casa y su edificio. Habla menos. Se le nota que está pero no está, que ya no es ni su sombra, con lo que ella fue de activa, de sociable y de enrollada. Ese maldito bicho la mata poco a poco según pasan los meses. Ya no es autónoma, depende de los otros para cada vez mas acciones y tareas. Qué estará pensando, me pregunto, cuando está pensativa. Creo que es consciente del daño que le afecta. Y así pasa los días esperando… ¿qué? Sin saberlo un mayor deterioro mental que, aunque es muy triste, le evitará sin duda enorme sufrimiento.
Yo, entre tanta escena, no puedo evitar imaginarme así en mis postreros años, si es que llego, y preguntarme cómo lo llevaré si tengo ese infortunio. Vale más no pensarlo. Mientras tanto me marcho de concierto. Cosa es de aprovechar, amigos y de exprimir la vida y la conciencia cuando la dos están aún frescas. Y vivir el momento. Luego, puede ser tarde.