En principio, el cargo de delegado del Gobierno no debería tener mayores complicaciones. Quizá defender a la policía si hay palos en alguna manifestación, o al propio ejecutivo cuando toma medidas que afectan a nuestro paraíso natural. Es concebido, hombre, no como un retiro dorado, pero sí como un puesto mucho más relajado que la primera línea política. Vendría a ser, por decirlo así, un premio a toda una carrera. En principio, digo, el cargo es fácil y quien se lo puede complicar es uno mismo. Ahora bien, con Gabino de Lorenzo nunca se sabe lo que va a suceder. Si imprime su estilo personal e intransferible –también llamado «Gabinismo»- podemos asistir a un enredo permanente. Si miramos las actuaciones fuera de su alcaldía, la verdad, no tenemos muchos motivos para la esperanza. Siempre que el exalcalde de Oviedo salió de la capital fue para la armarla. Así sucedió, por ejemplo, cuando se autoproclamó candidato al Congreso. En una campaña, ciertamente, chusca, logró bajar en votos al Partido Popular dejando luego el escaño colgado. En cuanto a esto, a su manera de dirigir el partido, ha sido ciertamente caótica. Por un lado, fomentó alianzas y conciliábulos dentro de su partido –recordemos el «pacto de La Escalerona» con Pilar Fernández Pardo contra Ovidio Sánchez- para luego elegir como candidata a Pérez-Espinosa en una comida. Por no hablar de Cascos, «el galáctico», al cual rechazó frontalmente desde el comité electoral. Por tanto, saber cómo va a ejecutar Gabino de Lorenzo sus funciones a día de hoy es toda una incógnita. No sabemos si va a ejercer de ariete, o de lubricante entre Mariano Rajoy y el ejecutivo asturiano. En cualquier caso, lo que menos necesitamos ahora los asturianos es una guerra permanente entre las instituciones.