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Ángel M. González

Viento de Nordeste

Fiesta de mercadillos

Confieso que siempre me gustaron los mercadillos. Animan las calles, ponen una nota de color, de originalidad, de imaginación. Me gustan aquellos que ofrecen artilugios, artesanía, prendas, productos gastronómicos o cachivaches fuera de lo convencional, los recorres en un instante y tomas decisiones impulsivas, sin planearlas, auxiliado por la amabilidad de quien está al otro lado del mostrador. El mercadillo, el buen mercadillo, por supuesto que dinamiza el comercio de la ciudad y da vida al sector, pero como todo en este mundo el exceso es malo y eso es en lo que hemos caído en Gijón, en la proliferación de zocos y ferias como setas.
Coincido, por lo tanto, con la apreciación del consejero Francisco Blanco, una persona a la que hay que agradecer su sinceridad en los análisis. La misma sinceridad que cuando dijo en sesión parlamentaria aquello de que la pérdida de control de Liberbank por el Principado había sido un expolio. Entidad, por cierto, a partir de cuya decisión sobre el Mercazoco se generó este debate. No abundan entre los políticos personas tan claras como el señor Blanco y cierto es que en esta ciudad y en toda la región «hay demasiados mercadillos y no todos tienen razón de ser», apropiándome de la textualidad de sus declaraciones. Claras como el apellido.
Hasta ahí estoy de acuerdo con él. Pero no comparto esa idea de que, de momento, no sea un problema objeto de regulación. Si hay multiplicación excesiva de la venta ambulante existen razones para que la Administración ponga orden con las tablas de la ley. A veces, cuando existen intereses contrapuestos, la buena voluntad y el diálogo no resultan suficientes si el resultado no se eleva a norma. A los ayuntamientos hay que decirles, de vez en cuando, señores se acabó.
En Gijón, la presencia de tenderetes se ha incrementado de manera exponencial. En el paseo de Begoña, en la plaza Mayor, a lo largo de Fomento, en palacios y museos, en el Muro, junto al Parchís, en la plaza del Seis de Agosto, en la Laboral, en el recinto ferial, en la plaza de toros, en el Jardín Botánico… Entre las razones del aumento experimentado por esta fórmula comercial de toda la vida, además de ser nicho de empleo, alternativa ocupacional a las escasas oportunidades que ofrece la crisis, la manera de iniciarse en un negocio, figuran también la voracidad recaudatoria de las instituciones públicas y la obsesión por trasladar a la ciudadanía esa sensación de actividad, de programación continua, de fiesta permanente. Es decir, existe un interés mutuo por parte y parte.
Ahora bien, resulta comprensible que el comerciante tradicional, por mucho que le hablen de ambiente y dinamización, vea en los mercadillos una amenaza para su negocio, un enemigo que se suma al que los gigantes de la distribución han venido representando. Y más aún cuando surgen como champiñones con cierta complicidad municipal en momentos de mayor afluencia y consumo, de tal manera que el monstruo cada vez es más grande en navidades, Semana Santa, verano y demás puentes festivos. Por lo tanto parece lógico que se ponga orden al calendario por escrito y se definan con claridad cuáles merecen la pena y cuáles no, con unos mínimos de calidad y diferenciación.

Sobre el autor

Periodista del diario EL COMERCIO desde 1990. Fui redactor de Economía, jefe de área de Actualidad, subdirector y jefe de Información durante doce años y desde febrero de 2016, director adjunto del periódico.


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